Friedrich Nietzsche. La gaya ciencia. Libro cuarto. Fragmento 334.
Adaptación.
APRENDER A AMAR
Observemos con detenimiento lo que sucede con la curiosa relación entre la música y el amor. Pero no tanto atendiendo al por qué nos enamora una canción, porque allá el gusto de cada cuál, sino al cómo se enamora uno de una melodía: en qué forma, en cómo funcionan los mecanismos del enamoramiento, en este caso musical.
Pues bien. Veamos.
Primero hay que aprender a oír una terna, una melodía; a saber distinguirla con el oído y a aislarla, y a delimitarla siguiendo su vida propia, su ritmo, su tempo… Luego se requiere hospitalidad, esfuerzo y buena voluntad para soportarla a pesar de que sea extraña; tener paciencia con su aspecto y con su forma de expresarse, además de ternura con lo que tenga de singular… Y por último, nos acostumbraremos tanto a ella que la esperaremos y hasta la extrañaríamos si nos faltara.
Y a partir de ese momento, no dejará esa melodía de ejercer la magia de su coacción y de su encanto, hasta convertirnos en amantes dóciles y rendidos que no conciben en ese instante musical nada más importante que ella; ni desean, otra cosa que no sea ella… La melodía, aquélla.
Pero ésto no ocurre sólo con la música.
Siempre, acabamos siendo recompensados por nuestra buena voluntad, paciencia, equidad, y ternura hacia lo extraño, cuando lo extraño se va quitando el velo poco a poco ante nosotros y acaba ofreciéndosenos como una belleza nueva e inefable… Y justo ésa, es la forma que tienen la vida el amor y la música de agradecernos y devolvernos el amor aquél, que al principio de nuestra relación entregamos envuelto en simple hospitalidad.
Quien alguna vez amó algo de verdad seguro que llegó por este mismo camino: el de la hospitalidad. No hay otro… El amor debe también aprenderse.
Friedrich Nietzsche. La gaya ciencia. Libro cuarto. Fragmento 334.
Adaptación.