Historias de Paco Sanz
No sé por qué cuando me da por recogerme me da por encender algo. Me doy cuenta de que si además hay algo de humo, mejor. Y es porque una vez recogido, cuando me adentro en mi madriguera, lo que llego a apestar a humo no me disgusta en absoluto… No enchufo, no conecto, le prendo fuego a algo. Las velas y las brasas cuando las apagas huelen, las pantallas no.
Ya no hay pasta para ir al bar, ayer nos quitaron el permiso para ir dejando colillas dentro de él, y hoy no nos dejan entrar sin mascarilla. Por otro lado dormimos fatal. Así, que el asunto se ha quedado en intentar dormir, ir a trabajar, trabajar, y una vez en casa, encender alguna pantalla para que nos acune.
Cuando me da por recogerme es como si me enclaustrara. Demasiados conventos y neurociencia en mi vida. Existen dos claustros en el cerebro, uno por cada hemisferio; son unas láminas finas e irregulares situadas bajo el neocórtex, en la zona que va de las sienes a los oídos, y que parecen encenderse cuando tenemos consciencia de las cosas… Desempeñan un papel crítico en la generación de experiencias conscientes, y con ello, nos dan pistas para identificar huellas de consciencia en cualquier materia excitable.
A pesar de que la pandemia arrecia, mis huéspedes, mis nietos, mis niños están llegando con La Navidad. Con ellos enciendo otro tipo de velas. Vienen a ver a su abuelo, un hombre de libros… Montaigne escribió que enseñar a un niño no es llenar un vacío, sino encender un fuego.
Nunca disfruto tanto al encender algo como cuando puedo encender el fuego de mi hogar… Entonces: “encendido en palabras puras el fuego conversa conmigo. Como un abuelo labrador, de cenizas encanecido, llamea en su boca barbada un consejo de campesino. Y tiene sencillez de campo, sencillez de ropa de lino, sencillez de pan de centeno, sencillez de ataúd de pino. Un poco de cielo desciende a su humoso ademán tranquilo”.
Me doy cuenta de que cuando abro un libro es como si encendiera una vela. La lectura es un profundo ejercicio de silencio interior: leer supone en primer lugar callar; apaciguar a la loca de la casa, la imaginación, como diría Santa Teresa, y situarse en un ámbito de “recogimiento…” Entonces puede uno encender el fuego, “la palabra”.
Historias de Paco Sanz