Tendría yo casi seis años, y dando un paseo, había ido con mis padres a ver al tío Abraham y a sus cinco hijos que también veraneaban en Guardamar, como a un par de kilómetros de casa. El problema fue, que esa misma tarde en la feria me habían regalado un verdadero sueño a mis ojos, uno de mis objetos más deseados, más esperados, mi juguete ideal: unas gafas de buzo con respirador y unas aletas… Peeero, para ir a casa de mis tíos y no cargar con enredos -me dijeron- habíamos dejado mi regalo en casa.
No podía arrancarme de la sesera el deseo irrefrenable de empezar a jugar con mis juguetes y de empezar ya, cuanto antes. Las gafas de buzo, el respirador y las aletas era como que me llamaban, tiraban de mí, sentía que me esperaban… Para mayor desgracia mía, mis primos se habían ido de excursión todo el día por lo que allí estaba yo, sólo, harto de tanto helado, aburridísimo, y sentado todo el rato con mis padres y mis tíos en el porche oyéndolos venga a hablar y hablar… Tenía la obsesión del capricho de jugar con aquellos nuevos juguetes clavada en la cabeza, y de verdad, que no recuerdo cómo ni porqué pero al final, conseguí escabullirme y salir a la calle sin que nadie se percatase.
Con casi seis años se supone que no tendría yo sentido de orientación suficiente como para volver a casa sólo; de las calles y sus nombres no tenía ni idea, pero, de la playa sí… Me la conocía bien, casi a la perfección. Así, usando la lógica, buscando el mar, me resultó fácil dejarme caer caminando cuesta abajo por una de aquellas callejuelas que seguramente desembocarían en el paseo marítimo… Ya con la playa frente a mí, tampoco tuve problema alguno en llegar hasta la orilla y elegir una vez allí, la dirección correcta para, andandito andandito y sin mojarme los pies, plantarme en poco más de media hora frente a mi casa.
Subí la cuesta arenosa hasta la terraza, como no tenía llave, forcé un poco la persiana de plástico de una de las ventanas levantándola lo justo para colarme en la habitación de mis padres; el resto, fue fácil: localicé en seguida y destapé extasiado el brillante envoltorio de plástico y cartón coloreado de mi ansiado juguete de feria… Recuerdo el olor a goma nueva al ajustarme las gafas al diámetro de la cabeza y las aletas al tamaño de mis pies. Emocionado, me encasqueté las gafas con el respirador y me calcé las aletas, y de semejante guisa empecé a jugar por casa disfrazado cual niño rana de secano; feliz como una lombriz.
Había anochecido ya, y jugando jugando se me ocurrió volver a salir afuera, frente al mar… Sólo fue encender la luz de la terraza, y de inmediato mi imaginación se puso a bucear pertrechada con tan flamante equipo de feria: me veía, unas veces deslizándome bajo el agua aguantando la respiración y cruzándome con peces por aquí y por allá; otras me imaginaba escarbar bajo las rocas con un pincho hasta atrapar un pulpo; y otras, quizás, me montaba la película de hacerle frente al ataque de un tiburón terrorífico y de vencerlo.
La mar de a gusto estaba yo, cuando de repente, oí a mi padre gritar mi nombre y cagarse en’tó ya que venía el pobre como un loco buscándome a oscuras por la playa… Y buscándome, desesperado, casualmente vio de lejos la luz encendida de la terraza de nuestra casa, y se ve que al acercarse por fin, me vio a mí en ella jugando tan tranquilo haciendo mojigangas tal como si estuviera nadando, o buceando; puesto de gafas, respirador, y aletas.
…eeen fin.
El susto fue tremendo aquella tarde para mis padres, y no te digo nada del berrinche que tomamos todos luego: gigantesco.
Fue la primera vez que me escapé.
Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.
……..
¡ Que historia tan buena !
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Me alegro de que te guste viejecita.
Mil gracias por tu comentario 🙏
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