Recuerdo a mi amigo El Rufo la primera vez que hizo el Camino de Santiago, cargando con tres pares de pantalones vaqueros y otros tantos de pantalones cortos, no sé cuántos de calcetines y de calzoncillos, tres camisetas de manga corta y otras tres de manga larga, una sartén, un cazo, zapatillas deportivas, chanclas, y hasta un par de kiowas de piel por si había que salir ‘bien arreglao…’
Y bien es verdad, que íbamos a estar caminando unos veinte días.
Llevaba el prenda, también un bote de litro de gel, otro más pequeño de champú, esponja y tres toallas; un paquete entero de cuchillas de afeitar y un bote de espuma, dos colonias diferentes, y cremas para el sol. Botiquín no… Cargaba una mochila tan llena de cachivaches, que más que un peregrino parecía un hombre orquesta, el pobre:
— ¡¡Antonio, hay que parar; te lo digo en serio…!!
Recuerdo, ya al segundo día, ir detrás de él caminando y verle alzar el brazo tal que para rascarse la cabeza, pero agarrar como por casualidad el cazo, mirarlo, y tirarlo a la mierda por ahí… Luego, volvió a estirar el brazo, pero esta vez para coger la sartén y tirarla a la mierda también lazándola por encima de su cabeza… Caminando caminando, después, fue deshaciéndose de las kiowas y las zapatillas deportivas. Parecía que a cada paso, salían volando de su mochila pantalones vaqueros y camisetas de marca, calcetines y calzoncillos.
Más tarde, en las duchas del siguiente albergue que encontramos dejó el cepillo del pelo, el de dientes, y el bote con el litro de gel al lado del de la espuma de afeitar junto a dos toallas limpias; tras quedarse con una de las maquinillas de afeitar, también dejó el resto del paquete allí; y ya no sé lo qué pasó con las colonias, el champú, la esponja, ni las cremas…
Pasó de llevar dieciséis kilos en la espalda a llevar nueve, y coño: ahí estuvo la clave… El problema es el peso; el peso de más; la carga de más que llevamos… A mí, está vez, me está sobrando al menos la mitad de lo que llevo en la mochila: los dos aislantes, el saco de dormir, quince metros de cuerda, una hamaca colgante, y un botiquín que ya quisiera un ambulatorio de pueblo pequeño. La próxima vez no traeré ni el saco… Parece un contrasentido, pero cuanto más austero hago el camino más lo disfruto, más a gusto lo camino.
De lo único que no me privo a diario es de fumarme un porrito de vez en cuando, de parar en todos los bares que me cruzo y hablar con los paisanos, de comer lo mismo que ellos, y de darme una ducha decente… El resto, son zarandajas: dónde dormir da igual y siempre voy de vientre con suma facilidad.
Además, ¿qué coño hago cargando en mi mochila, el mismo peso que hace treinta años cuando necesito la mitad de cosas…?
…eeen fin.
Gracias por leerme 🙏💕
Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.
…………
Completamente de acuerdo, Don Antonio: hay que caminar ligero de equipaje y disfrutando el camino y los placeres que nos ofrece…siempre. Lo importante es poder sonreírle al Apóstol o a quien nos encontremos en la puerta y que nos sonría a su vez. Lo verdaderamente importante es aquello que nos acompaña cuando hemos tirado a la… todo lo demás. Al menos esa es mi opinión.
Un saludo y buen camino.
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Siempre le sonrío a Santiago, siempre…
Gracias por su comentario Don Fernando 🙏 💕
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