Historias de Paco Sanz ✍️
Se ha levantado un gran viento, he oído un ruido extraño cerca de mí, era una papelera que gualdrapeaba. Gualdrapazo es el sonido del golpe que dan las velas de un buque contra las jarcias. El plástico negro inflado hacía el mismo ruido que una vela no calzada. Parece que estuviera diciendo adiós a una época. Nadie había tirado nada en la papelera desde hacía días, bienvenidos al deconsumismo.
Se habla mucho del decrecimiento pero eso empieza por el deconsumo, y conduce al final de nuestro sistema de vida. Cómo se hubiera reído Diógenes si hubiera sabido que el síndrome que lleva su nombre, intenta definir la tendencia de ciertos enfermos a no tirar las cosas. Si las tiramos en vez de mantenerlas, defenderlas, arreglarlas… se podrán comprar otras, y no peligrarán nuestros puestos de trabajo ni el producto nacional, así, a lo bruto.
La ideología del usar y tirar se insinúa en todas partes como un veneno. Todo puede volverse desechable, incluso el funcionamiento de la sociedad y las instituciones. La extensión ilimitada del usar y tirar puede llevarnos pronto a pensar que los matrimonios, la ciudadanía, y las demás relaciones personales y sociales son artículos desechables, como los kleenex. El último estadío no es otro que la obsolescencia del hombre mismo.
Hace treinta y pocos años, cuando era más tonto que nunca, me compré un cámper; entonces era hippi, claro. Mis hijos estaban totalmente en contra. Lo tengo aún, lo defiendo, y se lo dejo al primero que me lo pide. Ha hecho más de medio millón de kilómetros. Mañana mi Santa y yo volvemos a la montaña con él. Lo usaremos como comedor y sala de estar durante unos días, porque ya estamos un poco mayores para dormir en él.
Mis hijos, además de no fiarse de mí como conductor, creen que el coche está para el arrastre; que así se decía de los toros que hay que retirar de la plaza. Ahora que nos hemos quedado de nuevo en pareja, el cámper solo alcanza a cobijarnos mientras llega la noche en los bosques de alta montaña. Pero ¿llevarlo al desguace? ni de coña.
Es como el tonel del viejo griego.
A Diógenes se le atribuyen muchas cosas; bueno ¿y qué? también al Cid y a Jesucristo. Pero las del cínico siempre me han gustado; el que ahora se use su nombre para plantarle cara al poder me encanta. Las pautas del diálogo cínico representan, a diferencia del socrático, una forma más atrevida de libertad de expresión. La parresia por la que el ciudadano se dirige al poder sin sumisión, con la admirable impertinencia con la que Diógenes le dijo a Alejandro aquéllo de que se apartara para no taparle el sol… La paradójica unión del cinismo con la solidaridad es una de las claves de la vida vivida como arte. Hoy, debería ser el negarse a salir de compras.
En cuanto a lo de quedarme en casa y dejarme a mis años de emboscaduras, recuerdo a los que aconsejaban a Diógenes: “eres ya viejo: de ahora en adelante, descansa.” A lo que él les contestó: “¿si participara en una larga carrera, al aproximarme a la meta debería por ventura aflojar el paso? ¿No es entonces, más bien, momento de forzar la marcha…?”
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