El otro día mi socio me contó que en su colegio los profesores les nombran vigilantes; a unos, de otros. No me gustó, y se ve que me lo notó por el gesto que puse… Me quiso aclarar el pobre, que lo de la vigilancia era para cosas tan simples como que todos pudieran saber quién hacía o no los deberes, qué traían de almuerzo, si hablaban valenciano, árabe, eran revoltosos, raritos, o si se duchaban y se cambiaban de ropa o no después de hacer gimnasia… Me alarmé un poco, lo confieso. Tiene nueve años.
¡Qué enseñanzas más extrañas…!
Éso de que sean niños quienes se vigilen a sí mismos, a mí, me suena fatal, y perverso… Poner a niños vigilando niños me parece o bien una insensata dejación de funciones, o un método de intención abyecta para que se acostumbren a ver normal éso de la vigilancia y la delación. Cosas de chivatos, que son normales en las prisiones para sobrevivir, en las empresas para ganar dinero, o entre fascistas y comunistas por tontos… Pero en el resto de ámbitos de la vida, la vigilancia entre humanos es cuanto menos extraña si no nefasta; y en los colegios, ese tipo de control lo es todavía más.
¿No…?
En mi época eran los maestros quienes nos vigilaban y con mucho más detalle que ahora, pero solo para ver si nos desasnaban. Porque lo de educar era cosa que se hacía en casa, y al colegio tenías que ir ya llorado… Mis maestros y especialmente mis maestras nunca se preocuparon lo más mínimo de lo que hacía con mi pene, ni me dijeron nunca cosas tan castrantes como que tenía la culpa de lo del cambio climático o estupideces por el estilo… No se posicionaron tampoco nunca frente al machismo o al feminismo porque eran y siguen siendo tonterías; y porque hacer alarde de la superioridad que se tiene sobre alguien siempre fue una señal, inequívoca, de muy muy mala educación… Tan sencillas como matemáticas, geografía, lenguaje y a pensar, eran las cosas que pretendían enseñarme.
Recuerdo la vez aquélla que llevé a Mi Caramelo de Fresa por vez primera al colegio, dejándola en manos de la pobre de Su Maestra… Cuando volví a mediodía a recogerla, y a propósito, claro, le pregunté a la docente mirándola a los ojos:
— ¿Qué, qué tal se ha portado la joya…? Lo hice con algo de sorna, sabiendo de antemano la respuesta, y no solo por cómo me miró.
La niña era tremenda. Un terremoto.
— Bueeeno, la niña es un pocooo, digamos que revoltosa. Me dijo la prudente… ¡Qué graciosa…! Fruncí un poco el ceño y sin dejar de mirarla me acerqué un poco más.
— ¡Como si fuera tuya, trátala como si fuera tuya…! Si la tienes que castigar y la tienes que castigar mucho, hazlo. A tu criterio… Eres Su Maestra, y yo sé, el tipo de bicho que te he traído ésta mañana para que me la amaestres.
Se lo dije creo que como muy rápido, de corrido, sonriendo un poco… Luego, también me sonrió ella.
— Es Usted el primer padre que me dice semejante cosa, y así.
…eeen fin.
Hay que llevar cuidado por ahí…💕
Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.
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Preocupante que planten en los más jóvenes estas semillas absurdas, y no otras que si hacen verdadera falta en la vida, el respeto, la sinceridad, la tolerancia, la honestidad, el honor… en fin, valores de verdad!!
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Gracias por tus comentarios Hanna 🙏
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