
En un inefable programa de televisión de gran audiencia, que hace befa del enamoramiento y mercancía del amor, preguntaron a los y a las participantes, por las cualidades que más estimarían en su ‘ideal’ de pareja.
Entre otras lindezas más minoritarias, la mayoría de ‘ellos y ellas’ curiosamente, coincidieron al valorar como imprescindible el requisito, por otro lado impecable, de que esa persona ‘se cuidase…’
Hasta aquí, bien.

Pero lo extraño sucedió al preguntarles qué entendían, concretamente, por ‘cuidarse…’
De forma asombrosa y significativa, casi todos aquellos variopintos participantes, también coincidieron en sus estrafalarias respuestas. Esa mayoría expresó con rotundidad preferencias tan pintorescas, tan simples pero tan concretas, como las de que ‘fuesen al gimnasio y llevasen tatuajes…’
Por el contrario, pocos, demandaron de sus parejas aficiones culturales o espíritu de trabajo, corrección formal o sanas ambiciones; tampoco ninguno de ellos, reclamó hondura espiritual, bonhomía personal, o alguna clase de fe.
Al reflexionar sobre el resultado de esa fullera consulta televisiva, podría concluirse que aquel par de preferencias burdas, son torpes y tristes ejemplos de los arquetipos actuales del deseo ideal medio: que nuestra pareja se cuide… Pero entendiendo por ‘cuidarse’ cosas, como el que frecuente las visitas al gimnasio y ¿cómo no? el que se perpetre unos bonitos tatuajes que lo adornen bien… Condiciones éstas, sine qua non se comerá una rosca.

Conceptos inquietantes y torcidos, tan abstrusos como absurdos, pretenden definir aunque confunden, los objetivos e ideales vitales de gran parte de la juventud actual: postverdad, poliamor, especismo, sexo, hembrismo, fascismo, droga, derechos, relaciones abiertas, izquierda, LGTBI, feminismo, relativismo, consumismo, patria, víctima, derecha, comunismo, y hasta felicidad.
Una sibilina plaga dialéctica.
¿Dónde se atrincheran por el contrario los conceptos, razón, amor, orgullo, España o concordia; qué ha sido del humanismo, la hermandad, el respeto o el mérito…? ¿Por qué están proscritas palabras tan alejadas entre sí, como corrida, obediencia, follar, fe, piropo, orden, éxito, propiedad o amistad…? ¿Son éstos todos, conceptos y palabras discutidas y discutibles…?
Es un hecho, que disponemos de más información y más medios de acceso a ella que nunca; pero paradójicamente nuestros jóvenes adolecen de un mínimo bagaje cultural clásico. Clásico, entendido como conjunto de habilidades intelectuales, básicas y concretas, útiles para discernir ‘lo correcto’ en el mundo real.

Tal paradoja se plantea, amén de otras razones, porque confundimos la información con la formación, la lectura con la literatura, o el maltrato con el castigo; creemos que las series son cine, que el amor es sexo, que la fiesta es amistad, o que la vida son años… Hay un considerable vacío de auténtica cultura, de crítica constructiva, de discusión inteligente. Nos conformamos con el mero entretenimiento vacuo; ruido sordo de fondo vacío; sopa boba intelectual.

Somos más inseguros como sociedad, porque cada vez lo somos más individualmente. Necesitamos unirnos a una u otra tribu, asumir ciegamente ésta o aquella ideología. Admitimos extrañas tendencias foráneas adoptando a veces preferencias retorcidas, que nos inducen a comprometernos con causas alejadas del sentido común, o hasta del decoro moral. Parece obligatorio colgarse algún cartel que nos defina: ‘somos algo, o de algo…’
Algo habremos hecho mal, porque, pese a toda la vorágine de información que nuestro tecnológico mundo provee, las personas -todas en general, pero especialmente los jóvenes- cada vez somos más ignorantes. Y extrañamente más lo somos, frente a realidades antaño prístinas e inmutables: tus padres, la propia orientación sexual, el valor del esfuerzo, la amistad o el respeto… Sempiternos valores personales, son ahora minusvalorados si no denostados: la patria, la caballerosidad o las normas de corrección social, la austeridad, la fidelidad, el respeto y la autoridad de los mayores.

A poco que nos descuidemos, indefectiblemente, estaremos creando una inculta y prepotente sociedad mañaca. Sociedad que producirá sin remedio zombis éticos, inanes y rebañudos; seres carentes de sólidas anclas morales o sentimentales, religiosas o históricas, que los amarren de forma segura, a un mundo que no comprenden y que por ello, temen.
Razones quizá para que esta sociedad, ‘se cuide‘ tanto…
Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.