EL VINO 🍇

Publicado el 28 de febrero de 2021.

El caso, es que me había dado por la tontería aquella de lo del vino hacía unos cuantos meses, y claro, me dió también por embotellar ese mismo vino, mi vino. El barril, me lo había regalado un antiguo bodeguero de Benejúzar y padre de un viejo amigo; más de cien años me aseguró que tenía la barrica aquella. Lo mejor es que cuando me la enseñó para regalármela, me mostró sólo un amasijo desarbolado de puro viejo de aros metálicos y maderas desvencijadas; un montón de escombros polvorientos y mohosos, grisáceos, oxidados…

— Este barril -me dijo señalando todo aquel montón de ruina- es para tí… Y me lo dijo tan en serio que yo, claro: «cuando te regalen algo no hagas ascos; chitón, y da las gracias…»

Me estimaba mucho aquel hombre y yo a él también. Y pasaron cuatro meses hasta que un día me llamó para que me llevara su regalo a casa. Un precioso barril de treinta y cinco litros flamante, pulido, barnizado y con olor a madera recién lijada; totalmente restaurado… Y lo que era mejor: repleto hasta arriba de zumo de monastrell de cosecha.

Lo que yo no sabía era que, para rehabilitar y curar las maderas de aquel barril, el bodeguero usó una mezcla del mejor coñac posible y el mismo zumo de monastrell durante los cuatro meses que duró la restauración. Y claro, no te digo nada de cómo estaba de curado aquel vino. Yo lo probé, y juro que no lo vi mal: era mi vino. Algo fuertecillo estaba, eso sí, pero no creí yo que fuese cosa que supusiera problema alguno sino más bien al contrario… Unas veinte botellas saqué de aquel barril. Las sellé con un buen tapón de corcho, les puse una etiqueta adhesiva con el año de la cosecha, y me quedé tan pancho creyéndome que el vino era sólo eso, o algo así…

Recuerdo, que en una cena de empresa regalé a cada uno de mis compañeros una botella de aquel vino, de mi vino. Y lo bueno vino, pero al final, cuando ya a las tantas de la madrugada mi jefe propuso que nos fuésemos a su chalet de Alicante, para evitar que nos metieran presos conduciendo con la borrachera que acarreábamos… Habían caído un par o tres de mis botellas durante la cena.

Como mi jefe era un caballero, esperó a probar mi vino y a destapar su botella en la intimidad alcohólica de nuestra reunión, ya en su casa. Le gustaba mucho el vino; serían las tres de la mañana… Con algo de ceremonia trajo el sacacorchos, destapó la redoma, sirvió dos copas, y acercó la suya a la nariz para aspirar el primer hálito de mi caldo recién escanciado.

Recuerdo, que hizo un pequeño guiño, como si le hubiera caído algo al ojo; y me miró… Comenzó a girar la copa y la puso al trasluz para apreciar el color; un buen rato. Finalmente, al llevársela a la boca y besar el caldo, con una mueca cerró los ojos unos tres o cuatro segundos; luego, me volvió a mirar pero esta vez tal y como se mira a un colegial.

«Anda y ven aquí» me dijo -lo de tonto no me acuerdo- y me llevó a la habitación donde atesoraba una pequeña bodega… Se plantó ante sus tesoros y al cabo de un rato, decidió sacrificar en mi honor una botella de Marqués de Riscal; un Rioja de reserva de no sé qué año, embotellado primorosamente y envuelto en una malla metálica dorada y rimbombante.

Volvimos a la reunión, y con la misma ceremonia anterior destapó ahora su botella y sirvió otras dos copas, las puso junto a las de mi vino, y me propuso beber primero el mío para comparar… Luego, me dijo aquéllo.

— Miravete, este vino es pa’guisar… Y claro, yo me callé.

¡Vaya borrachera tan bullanguera, didáctica y elegante que pillamos…! Mañana sería otro día pero justo esa madrugada empecé, de verdad, a amar y a pretender entender el mundo éste tan detallista del vino.

…eeen fin.

¡Qué cosas…!

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

……….

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