EL LOCO

Publicado el 25 de septiembre de 2021.

Aquella primera vez me enteré ya de noche de que lo habían ingresado en el hospital. ¡Joooder…! Le tenía un muy especial cariño y quería verlo a cualquier precio; no sabía dónde me metía. Subí casi completamente a oscuras las escaleras hasta la planta de psiquiatría. Pregunté por él, y asombrados, tanto su familia como los enfermeros me conminaron expresamente a que de ninguna manera se me ocurriera entrar en su habitación; que estaba muy muy mal y era muy tarde, me dijeron.

Cuando insistí cabezón en lo de entrar a verlo fuese cual fuese su estado o condición, noté claramente una expresión diría hasta que de espanto en sus caras, en el cruce de sus miradas. Ni que tuviesen allí mismo encerrado un basilisco, pensé… Para tenerlo bien vigilado y de cerca su habitación permanecía siempre monitorizada iluminada y abierta; y era la situada justo junto al box del control de planta.

Pero él, ya había oído mi voz:

— ¡¡Antonio Rodriiíguez, estás ahiií…!!

Me llamaba y claro, entré… Jack Nicholson en la película de El Resplandor gritando mi nombre no me hubiera inquietado tanto. Nos conocíamos desde niños y a fondo pero no tenía del todo claro a quién me iba a encontrar en esa habitación. Al entrar, sólo fue ponerme al alcance de sus grandes ojos redondos y juntos, cuando se clavaron en los míos, y fue girándolos siguiéndome todo el rato rodeando la cama hasta que me senté a su lado. Yo simplemente y como siempre le sostuve cariñoso esa mirada… Un olor dulzón mezcla de miasmas de urea y desinfectante alcohólico lo pringaba absolutamente todo. Estaba atado y bien atado de pies y manos, pero lo encontré bien, tranquilo mientras me acercaba.

— «Antonio anda, suéltame un ratico y dame algo pa’fumar…«

Me lo pidió con un gesto chocante, incluso zalamero en su cara; como si yo fuera cómplice suyo, su primo, o tal vez el director del hospital. Pero en verdad que sobre todo, yo lo que era es amigo suyo y se lo debía.

Tras pensármelo francamente poco y cerrar la puerta de la habitación, empecé a soltar despacio la brida de su brazo derecho mientras lo miraba fijamente y él me miraba a mí, como preguntándome si me atrevería también a soltar la de su otro brazo… Y sin que él dijese ni media lo hice, sí, me atreví.

Casi me cago en los pantalones cuando una vez que se vio con sus dos brazos libres y con un movimiento rápido y muy brusco, me agarró con sus dos manos gigantes la cabeza y sin dejar de mirarme fijamente, se la fue acercando poco a poco a su cara gritando aquello de:

— ¡Ahaaá, por fin…! ¡Me caaago en la puta…!

— ¡Ehhh, pero no te asustes…!

Me lo susurró al oído inmediatamente después besándome en la mejilla cariñosamente, al verme blanco como el papel…

Luego, una vez me repuse del susto, le solté también las bridas de los pies, y me salté también la prohibición de abrir la ventana; y la de fumar hacer fuego y tomar drogas porque también encendimos un porrito escondido en mi paquete de tabaco… Un buen rato sí pasamos sí, asomados, platicando y contemplando la noche aquélla desde el ventanal aquél: él, con el culo al aire asomándole también por la abertura trasera de su bata azul hospital, y yo, no sé si despidiéndome… Y claro, fumando y charlando de nuestras viejas cosas también pasamos, creo, uno de nuestros últimos ratos entrañables.

Más tarde, y con la docilidad de un gato montés, consintió muy poco a poco y a regañadientes el que yo volviese a amansarlo y a atarlo vivo a aquella cama. Cosa, que hizo no sin dejar de mirarme fijamente todo el rato mientras llorábamos sin muecas en completo silencio…

— ¿Y tú, no has sido el loco nunca…?

¡Quién nos ha visto y quién nos ve amigo mío…! Los recuerdos, llega un momento en el que se te amontonan todos y es un hecho eso de que «el pasado nos persigue…»

eeen fin. Gracias por leerme 🙏💕

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

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