Ya había tontos, pero no tantos.

Publicado el 1 de diciembre de 2017.

Yo, que he cumplido cincuenta y ya unas cuantas primaveras, os aseguro que hace treinta y tantos años, cuando viajaba a Cataluña ya había tontos. Pero ni mucho menos tantos.

Pues resulta que aquellos tontos, con el paso de esas treinta y muchas primaveras, han conseguido abducir a otros muchos; tontos también. Han logrado instalar en la psique colectiva de una gran parte de la población, pareciera que una especie de software de negación de las evidencias de la realidad, de la Historia.

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Con la machacona repetición multimedia de los mantras miserables, que el nacionalismo inventó para inmunizar aquel tres por ciento (y también otros cientos de infamias perpetradas con anuencia de avestruz por los poderes del Estado) una parte muy preocupante de esa sociedad viciada, ha aceptado rebañudamente los relatos impostados del discurso nacionalista. Proselitismo, basado en el mero y vil desprecio al distinto, al diferente, a los otros. Puro racismo.

Y lo que es peor: utilizan reptilianamente contra su propio pueblo el enorme miedo, a ese futuro victimista que como colectividad predican.

La podredumbre corrupta es tal, que para disfrazarla han arrojado la verdad, bajo las alfombras de la historia para falsearla; bajo las alfombras de la justicia para tergiversarla; y bajo las alfombras de la moral para traicionarla.

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Se ha escondido la basura bajo las alfombras catalanas hasta tal punto, y es tal el virus inoculado en el pensamiento independentista, que es capaz de enfermar mortalmente relaciones familiares, amistades y negocios. Amores incluso. Pervierte de forma infecta el sentido común atontándolo, al servicio de la ideología más burda, estéril y rancia.

Pero es una mentira os lo aseguro. En aquella época no había ni animadversión ni miedo cuando iba yo a Cataluña. No había intolerancia clavada en la gente. No había ira insensata inyectada en la vena de los paisanos. Lo que sí había, era algún tonto que otro eso sí… Pero insisto, no había tantos.

Que no nos engañen.

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

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4 comentarios en “Ya había tontos, pero no tantos.

  1. SUSCRIBO.
    Eso sí, estaban por lo general tan ensimismados que desconocían casi todo aquello que no fuera su Arcadia feliz.
    Recuerdo a unos jóvenes catalanes que hicieron su servicio militar en mi regimiento, en Infantería, “Castilla 16”, de guarnición en Badajoz, acuartelamiento de La cañada de Sancha Brava (La Legión chica).
    Me decían estos jóvenes que hasta entonces -primeros años setenta- no estaban conociendo, descubriendo Extremadura, que no tenía nada que ver con la imagen que de ella se tenía en Cataluña. Deformada, sin duda, de un lado por los supremacistas como Jorge Pujol; de otro por los catastrofistas “charnegos” que traicionando a su tierra querían ser aceptados por la tribu supremacista.
    Decía un ilustre escritor catalán, Josep Pla, que el nacionalismo era una enfermedad que se curaba viajando, en lo que creo que coincidía con don Miguel de Unamuno. Tenía toda la razón.
    Aunque solo fuera por eso habría que recuperar el servicio militar obligatorio, cumpliendo así el Ejército su noble e importantísima función como VERTEBRADOR DE NACIONES, a lo que se refería en un magistral artículo titulado así, “El Ejército, vertebrador de naciones”, mi buen amigo José Díaz Aguado.

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