Publicado el 22 de mayo de 2020.
Hace sólo unos meses que lo enterramos, y no quiero siquiera imaginarme que lo tuviésemos que enterrar hoy en día, con lo del coronavirus éste de mierda.
Y no sé porqué, pero últimamente me arranco a llorar con una insólita frecuencia. Se ve, que ahora estoy de lágrima floja porque siempre fui de lágrima fácil. Aunque también siempre he necesitado un buen motivo, un buen porqué para que se me soltaran las lágrimas ésas: el tormento del amor bien retratado en el cine; los actos de heroísmo; la añoranza de mis hijas; anhelos de viejos reencuentros; los remordimientos… Cosas así eran las que me hacían llorar.
Como no sé estar en la cama sin dormir me levanté, Manuela dormía a mi lado la siesta desde hacía un rato… Me dio por recordar cuando de pequeño también hacía como que la dormía, echado junto a mi padre. Entonces, casi abrazado a él y oyéndolo respirar, sólo esperaba con impaciencia a que despertase para irnos toda la tarde a la huerta montados en su bicicleta. No había aventura mejor.
Eché a andar fuera de la habitación, y el caso es que sin venir a cuento, me asaltaron unas inesperadas pero imperiosas ganas de llorar muy extrañas; diríase como que femeninas; de ésas, que ellas muchas veces intentan explicarnos a los hombres. No sabes porqué coño estás llorando pero lloras y lloras… Me encontré en medio de la cocina de casa, a lágrima viva, a las cuatro y pico de la tarde, y sin tener ninguna de las razones para llorar de las que antes os hablaba. Lloraba solo y porque sí. Y oye, he de confesar mi sorpresa, al sentirme tan a gusto sollozando sin motivo alguno, aparentemente…
¡Qué cosas…!
Luego recordé a mi hija la pequeña, cuando con solo ocho días de vida tuvo que luchar a muerte y con la sola arma de su llanto, llorando contra un atragantamiento. Estuvo más allá que aquí; se puso azul, y prácticamente dejó de respirar… Pero desde el primer momento y como una jabata salvaje chillando por su vida, mi pequeña plantó batalla guerreando hasta el último segundo de aquellos quince angustiosos e interminables minutos… Y tanto combatió mi pequeña guerrera recién nacida, que venció llorando, chillando y así recuperando, aquel resuello vital que finalmente la mantuvo aquí sin irse allá. ¡Por muy poco, pero ganamos…! A veces hay que tener redaños de hierro.
Así, que lloremos sin miedo. No debe ser tan malo.
…eeen fin. 💕
Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.
Me gusta mucho, me parece muy entrañable
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Me gusta mucho que te guste mucho… 💞
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Muy bueno , felicidades
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Muchas gracias Adán 🙏
Me alegro de que te guste mi escrito.
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Me ha encantdo…
Tienes un gran corazón, gracias Antonio.
Un abrazo.
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🙏 😘
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🙏😘
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Es necesario renovar las lágrimas, sino quedan petrificadas dentro, y lo que no se saca se convierte en tortura, amargura y finalmente te mata.
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Totalmente de acuerdo 👌
Gracias Hanna por tus comentarios 🙏😘
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