Susto o Muerte, y autostop

En los doce meses que estuve en el ejército, creo que ni una sola vez volví a mi casa desde Madrid de otra forma que no fuese haciendo autostop. Cuatrocientos cincuenta y pico kilómetros… Había que ahorrar. En aquella época aunque ni soñábamos con teléfonos móviles, se podía viajar así sin problema alguno; y más, si tenías veinte años e ibas impecablemente uniformado con el traje «de bonito» de Cabo de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra… Eso del uniforme, daba digamos que confianza al que te paraba en la carretera y te ayudaba a volver o a irte de tu casa; y a veces, hasta ligabas y todo por ahí con él puesto… Eran, otros tiempos.

Esa noche se me había hecho bastante más tarde de la cuenta, y después de más de diez horas dando tumbos por la carretera estaba ya en Orihuela pero todavía a catorce kilómetros de casa. Salía caminando de la ciudad; eran ya bastante más de las once de la noche y hacía frío; quería llegar cuanto antes… Llegué a La Corredera, y andé buscando alejarme de la ciudad lo bastante hasta que me situé bajo la luz solitaria de una farola. Dejé el petate en el suelo y cansado, me senté en cuclillas al borde de la acera esperando el paso de un vehículo que me terminara de llevar al pueblo.

En ese momento, allí tirado, me acordé de mi padre cuando decía aquéllo cada vez que me veía llegar los viernes por la noche: «¡Nene, coño, vienes el viernes por la noche para irte de nuevo el domingo por la tarde…! ¿Me puedes decir qué coño tienes que hacer aquí tan importante…?»

Y tenía toda la razón del mundo: era cosa de un coño aquéllo tan importante que me traía de vuelta al pueblo cada vez que me daban la suelta los militares, pues claro que sí. ¡Coño si era importante…! Ya te digo… A mis veinte años aquella Señora me traía loco y se ve que yo a ella también, porque cuando mis colegas andaban de discoteca en discoteca por ahí todo el fin de semana, yo me lo tiraba entero en su casa como un sultán… «Algo tiene el agua cuando la bendicen…» o «Tiran más dos tetas que dos carreras…» o cosas así; cosas aquéllas las de la juventud…

Salí de mis pensamientos, y girè la cabeza un poco a mi izquierda cuando vi por el rabillo del ojo unos faros acercarse; me levanté, estiré un poco mi uniforme y saqué el dedo. Recuerdo, cómo deslumbrado por las luces blancas distinguía el amarillo del intermitente derecho parpadeando, señal inequívoca de que el coche aquél iba a parar. Cogí el petate con mi mano izquierda sin dejar de hacer autostop, cuando el vehículo llegó a mi altura y se paró unos metros más allá de donde yo estaba… Era un impresionante Mercedes negro azabache silencioso e inquietante, con embellecedores cromados, impoluto, brillante, pulido; esperándome… Recuerdo el sonido del intermitente amarillo y mis dudas antes de subir: tactac, tactac, tactac… y las intensas luces rojas de los frenos, y que me recorrió un pequeño escalofrío…

El problema, era que tan imponente Mercedes era ni más ni menos que un coche fúnebre, y claro, era ya muy muy de noche, muy tarde, hacía mucho frío, y estaba solo y muy cansado…

¡Uuufff…! 🙄

No digo que me quedé muerto pero un poco parado sí; y no voy a decir que de miedo me cagué encima pero un poco sí me acojonó, me impresionó, sí… Y sí, ahí estaba, delante mío, un jodido coche de muertos parado y esperándome para subir en él: tactac, tactac, tactac... ¿Habéis subido alguna vez en un coche de muertos…? Pues eso… ¿Todo un poco lúgubre no…?

Me acerqué poco a poco, despacito, desde atrás, y me situé con cuidado junto a la puerta derecha asomándome como que precavido por la ventanilla, cuando de repente el conductor la bajó y con una sonrisa que me pareció de enterrador, al ver mi cara dijo:

— ¡Jáaajajaja…! No te preocupes chaval, es sólo un coche; yo llevo a mis hijos todos los días a la escuela en él. ¡Venga, sube que te llevo…! ¿Dónde vas…?

No puedo más que darle las gracias al tipo aquél, ya que no paró de hablar en todo el trayecto y me contó casi entera su vida: era, lo que hoy llamaríamos un autónomo del negocio funerario, se ve que un freelance de «la cosa…» Cuando llegamos al pueblo también di las gracias por lo tarde que era, no fuese a ser, que álguien conocido me viese bajar de un coche de muertos a las puertas mismas de mi propia casa y a semejantes horas… Y claro, le pedí al conductor que parase un poquito antes. 😂🤣

…eeen fin.

Gracias por leerme 🙏💕

¡Qué cosa la memoria…!

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

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