Almoradí. La inundación.

Publicado el 18 de septiembre de 2019.

Ha llovido, creo, más que nunca.

Y Almoradí, ha demostrado de nuevo que es el remanso de una isla en la tempestad de cualquier inundación que nos venga. Tengo cincuenta y tres años y la primera riada que en verdad recuerdo es la del año ochenta y tres, creo. La verdad es que mi memoria siempre fue algo fluida. En la famosa inundación del ochenta y siete estaba yo en la mili, y sólo recuerdo mi honda preocupación en la distancia, y las siempre escalofriantes imágenes en dramático blanco y negro de la televisión de aquella época.

Almoradí nos cuida. No sé si os habéis dado cuenta, pero yo os cuento…

El río, en aquella época sin canalizar, había reclamado suya la Vega como ha sucedido estos días. Nuestra Vega es un verdadero paraíso pero llano, muy muy llano. La simple vista no permite distinguir una diferencia de altura de un par o tres de metros en el terreno. Es imposible percibirlo cuando las pendientes son tan leves y tan largas, cuando el hermoso verde es tan variado e inacabable, y cuando los desniveles son tan suaves como lo son cuando vas de un pueblo a otro en nuestra Vega… La Vega Baja del Segura.

Es precisamente por eso que las riadas en nuestra Vega podría decirse que son suaves, progresivas aunque despiadadas, como lentas; lo engullen todo pero pareciera que avisando, avisándonos… Al no haber pendientes pronunciadas no se crean corrientes de aguas agresivas, sino frentes previsibles pero implacables de lenguas de agua sucia y ripios echándote de tu propia casa.

En aquella época, Juan Miguel, en vez de la mula con la que acostumbraba a ir a su escuela en la Daya Nueva, se traía a hurtadillas el Citroën 2 caballos furgoneta de su padre para venir al instituto en Almoradí… Ello, pese a sus dieciséis años recién cumplidos. Si conducías bien y parecías más o menos un adulto nadie te paraba en la carretera, nadie; y menos aún si te conocías a la perfección todos los recovecos, las veredas y los caminos secundarios de tu pueblo. Lo importante era si sabías o no conducir. Si no sabías, nadie subía contigo.

El caso, es que la noticia de la riada nos pilló en el instituto; se suspendieron las clases. Había muchísimo menos miedo e histeria que hoy en día, por lo que en cuanto supimos del suceso no se nos ocurrió otra cosa que coger el coche y hacer un reconocimiento -algo insensato pensaríamos ahora- de los alrededores del pueblo… Rincón, Iván, Juan Miguel, y yo. Aventura pura. Había como playas alrededor del pueblo al igual que hoy: donde el Bar Angelín, frente a La Cruz de Los Caídos, y en el Bañet… Y apenas había salidas… pero para ojos que no conociesen el terreno como lo conocían los nuestros.

Con una seguro que imprudente sensación de peligro controlado, recuerdo que como a unos dos kilómetros y a la altura ya de la Puebla De Rocamora, íbamos por una vereda con casas diseminadas a ambos lados, cuando, de repente y por nuestra izquierda vimos venir una rambla que comenzó vertiéndose entre las casas a la vera del camino… Empezó desde lejos, como a unos cien metros; y la vimos venir hacia nosotros; parados, varados. Un fluido marrón viscoso de lodo irrumpía entre las casas con aquellos chorros laterales pareciera como que lentos pero monstruosos e implacables; engulléndolo todo, sin piedad; acercándosenos.

Nunca he ido marcha atrás en un coche de una forma tan salvaje e insensata como la vez aquélla. De repente, frenamos para rescatar a una vieja que salía apresurada de su casa en medio de semejante avalancha ensordecedora de crujidos de ramas y arrastre de enseres; terrorífico. Abrimos una de las puertas de atrás y la señora entró a prisa y en silencio, con la mirada espantada; empapada. Y arreamos, huyendo con el coche de culo por aquel camino en dirección creíamos que a la Daya Nueva.

Recuerdo cómo nos encontró diría que milagrosamente el padre de Juan Miguel. Tras poner a salvo a la señora y dejar aquel heroico Citroën tirado allí mismo, nos subió a todos al remolque de un enorme tractor que conducía con la sensata intención, de devolver a todo aquél que pudo a su casa.

Rescatamos a no sé cuántos paisanos ofreciéndoles el auxilio de aquel remolque, justo en el momento justo, en que la riada arramblaba con el resto de sus restos. Ayudamos a muchos y los tuvimos que llevar fíjate tú, a Almoradí… 💕

Es el tercer día de riada que estamos aislados por tierra mar y aire, y acaba de pasar el camión de la basura frente a mi casa… Ésto, no pasa en ningún sitio salvo en mi pueblo.

…eeen fin.

Me he dado cuenta que nuestro pueblo funciona si funcionamos juntos.

¡¡ VIVA ALMORADÍ…!! 💕

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

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