Los Domingos…

Publicado el 12 de marzo de 2022.

Historias de Paco Sanz ✍️

Cada semana, cuando termina, me siento aliviado. Esto me pasa más, curiosamente, desde que ya no trabajo ni dentro ni fuera de casa. Hay algo en la tarde de los domingos que me resulta especialmente inquietante, como si tuviera que estar siempre viviendo un cuento de Lovecraft. Como si hubiera estado siempre destinado a pasar los lunes al sol, como los parados.

Interminable y sombría tarde de domingo que demora años enteros de vida; una tarde que se compone de años. Alternativamente desesperado por las calles y tranquilo ante las pantallas. Algunas veces estupefacción ante las nubes, ante las noticias que pasan incesantemente, sin color, sin sentido. ¡Te reservaban para un gran lunes! Vale. Pero el domingo no acaba nunca.

A los grandes perezosos, a los que de niños creímos en Dios, los domingos nos agobian. Se nos hacen interminables. Es por la acedia, ese asco originado por el desierto del corazón y la petrificación del mundo, no es el tedio religioso. No es un asco de Dios, sino un aburrimiento en Dios. Esa sorda tristeza que hace nacer, a la sombra de los monasterios, en el alma de los monjes, el tedio religioso de las interminables tardes de domingo en el claustro; es el pavoroso silencio de Dios.

Hegel había dicho que la especulación filosófica apuntaba a unir y reconciliar “los días laborables de la semana” y “el domingo de la vida”. En otras palabras: los aspectos profanos de la existencia (trabajo, vida familiar, fidelidad conyugal, seriedad profesional, caja de ahorros, etc) y sus aspectos sagrados (juegos, gastos sacrificiales, vértigos, estados de exaltación poética…)

Y Rousseau, que todos hemos soñado en esa beatitud, en esas tardes de domingo en las que sentimos el aguijón de la cura, sin saber, sin embargo, qué curar. No es que estemos tristes, es que más bien, no podemos dejar de compadecernos de nosotros mismos por nuestra falta de alegría… Nos vemos “llegando a las puertas de la vejez y muriendo sin haber vivido”.

Es el único día de la semana que tiene un santo, dos cosas me unen a Santo Domingo de Silos. Allí, en el monasterio que lleva su nombre conocí a la que sería mi amada, la que ha sido, la que sigue siendo después de muchos años, mi vida hecha otra persona. Y porque allí es donde dicen que empezó el latín a devenir español. La lengua que me hablaron mis padres, en la que pienso… Con la que Gonzalo de Berceo, a principios del siglo XIII, escribe la Vida de Santo Domingo de Silos:

“En el nombre del Padre, que hizo toda cosa,/ Et de don Ihesuchristo, fijo de la Gloriosa,/ Et del Spiritu Sancto, que equal dellos posa./ Quiero fer una prosa en roman paladino/ en el cual suele el pueblo fablar a su vecino/ ca non so tan letrado por fer otro latino/ bien valdrá, como creo, un bon vaso de vino”.

La semana se acabó, y con las palabras de un poeta contemporáneo: “Háblame de amor los domingos./ Olvídame los lunes y los martes./ Invítame los miércoles al cine./ No dejes de pensar en mí los jueves./ Los viernes quiéreme como una loca./ Y los sábados cásate conmigo”.

Historias de Paco Sanz ✍️

2 comentarios en “Los Domingos…

  1. Los domingos siempre son agridulces, el cierre de una semana, el cansancio de volver a las obligaciones cuando acabe, y la ansiedad por querer aprovechar el día que sin embargo no dura ni más ni menos que los que le suceden.

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