El fuego de Robinson…

Publicado el 25 de febrero de 2021.

Historias de Paco Sanz ✍️

Para volver a sentir que estoy en una casa no hay como llegar en invierno a ésa de la que falto desde hace meses, y esforzarme en impedir que se apague el fuego del hogar. Hay en el gusto de estar juntos junto al fuego algo que devuelve al hogar su sentido.

Por dejarme una vez más de prosas, recuerdo que en lo verdadero los poetas lo bordan: “Encendido en palabras puras/ el fuego conversa conmigo./ Como un abuelo labrador,/ de cenizas encanecido,/ llamea en su boca barbada/ un consejo de campesino./ Y tiene sencillez de campo,/ sencillez de ropa de lino,/ sencillez de pan de centeno,/ sencillez de ataúd de pino./ Un poco de cielo desciende/ al humoso ademán tranquilo”.

Cada uno entiende el hogar con las palabras, con los sentimientos que tiene a mano. El hogar puede entenderse como posada donde uno pasa unos días u horas antes de volver a ponerse en camino. O como penitenciaría donde se deja al cuerpo y se aplica a entenderlo como prisión del alma. O como manicomio desde donde se entrega a engendrar monstruos. Y finalmente, como cloaca donde hay que dejar toda la mierda de la que uno no ha podido deshacerse… El hogar es la cárcel de los niños y el hospicio de los viejos.

En la casa, en las costumbres, uno habita. A veces me doy cuenta de que no estoy habitándola, que ya no es “hogar” porque ha dejado de tener fuego; pero tampoco es “habitación” porque no tiene ni siquiera ”lugar”. No tiene centro habitado, como esa ciudad en la que uno no encuentra su barrio.

A veces uno lo busca (el hogar) en las “grandes superficies”. La llamada sociedad de consumo y acontecimiento se inventó en Centroeuropa al mismo tiempo que los invernaderos. En aquellos pasajes con techo de cristal de comienzos del siglo XIX, en los que en invierno, una primera generación de clientes privilegiados aprendió a respirar el aroma embriagador de un mundo cerrado y rodeado de mercancías.

Los hogares de muchas áreas urbanas del mundo tienen hoy como fin proteger a sus habitantes, no integrar a las personas dentro de sus comunidades. La reparación económica y el guardar las distancias se han convertido en las estrategias más comunes de la lucha urbana por la supervivencia… En fin “Méteme, Padre Eterno, en tu pecho,/ misterioso hogar,/ dormiré allí, pues vengo deshecho,/ del duro bregar”.

Cuando empecé a estudiar fuera escribía cartas a casa. En cierto modo siempre lo he hecho. Me marché de casa y constantemente tengo que escribir a los míos, que están lejos; al hogar de mi niñez, aunque hace tiempo que aquella idea de hogar se haya desvanecido de mí para siempre… Toda esta escritura no es más que la bandera de Robinsón, el fuego encendido en la cota más alta de la isla. Me levanto para avivarlo antes de que todos se despierten.

Historias de Paco Sanz ✍️

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.