Publicado el 11 de agosto de 2019.
Cuarto día.
Llevo los gemelos, amén de otros músculos, como si me los hubiera masticado un perro de presa… Para colmo esta mañana, a los setenta pasos justos de empezar a andar me ensartó, por la espalda, una contractura que me traspasa las costillas del pecho como si llevara clavado un destornillador. Si en vez de en el lado derecho, sufriera semejante dolor en el izquierdo, pensaría en los síntomas de un infarto… También me duelen y se me duermen los brazos, algo hinchados por la presión sanguínea debido a la compresión del peso de la mochila en mis hombros.
Los primeros días se convierten en una especie de fase de endurecimiento. Los pies a partir de los quince primeros kilómetros, arden bajo el peso y los golpes continuos de los pasos trabajosos. La sensación es de que caminas en carne viva, tal que si andaras con muñones, clavándote pese a tus suelas todas y cada una de las piedras y arrugas del Camino.
Es curioso cómo el Camino mismo, si te atreves y te comprometes con él, te pone en forma por fofo, maganto, temeroso, o desentrenado que estés… Te va endureciendo desafiándote, despacio; pero empieza destrozándote primero, consumiéndote poco a poco, paso a paso. Vas sudando, exprimiendo, purgando de tu organismo hasta la última gota de las toxinas que has acumulado, debido a la mierda inevitable de convivir con muchas de tus monotonías cotidianas.
Como pentenciando pecados, o defectos, que no reconocemos en aquélla nuestra otra vida fuera de ésta.
El caminar va así demoliendo, triturando tu voluntad y tu anquilosada musculatura, con cansancio y puñaladas de cristales de ácido láctico; tentándote constantemente a la rendición, al abandono, y a veces hasta a el llanto… ¿Qué cojones estás haciendo al límite de la derrota, de la lipotimia o del esguince, a más de mil kilómetros de tus cosas…?
¿Es un reto físico, una huída interior, un viaje iniciático quizás…? ¿O tal vez, sólo, eres tonto del culo castigándote así…?
¿Acaso, penitencia?
Y llueve; no deja de llover coño. Cuatro días ya. Y no es que llueva mucho pero llueve jodiendo… Llueve como de lado, llueve de frente y también de abajo arriba. Llueve, y la ventisca incesante enloquece jugueteando con el orvallo, mezclándolo a ráfagas con mi sudor, y metiéndomelo por los vanos del chubasquero de tal manera que, a mares, me chorrean hasta las ingles.
Nubes, todo nubes, siempre nubes. No se puede ubicar el sol en el cielo, tampoco el oeste en la tierra… No te lo permite esta luz difuminada, nubosa y lechosa. Luz que es siempre la misma ya sean las nueve de la mañana o las cinco de la tarde. Luz fría, pareciera de un gigantesco tubo de neón, grisácea, y sin sombras.
Cada día que pasa estás más fuerte; eres más duro, necesitas menos. Y quedan atrás el trabajo, la familia, tu cama, los amigos, tu ropa seca del todo, y tú…
Y continuará, porque todo continúa.
Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras
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