¡Mecagüentó…! ¡Ostiaaás, qué dolor…!
Ésto de la lectura y la literatura tiene sus riesgos y sus sacrificios, como todo lo valioso… Yo, por ejemplo, y por un asunto de letras, me acabo de machacar el dedo gordo de la mano izquierda.
Cuando me divorcié sólo me llevé de casa los discos, el ordenador portátil, algo de ropa, el teléfono móvil y mi raquítica biblioteca. Y ahora, casi catorce años después, voy a intentar hacerles justicia a mis pobres libros a los que metí en cajas y arrumbé en el rincón mohoso y olvidado de un sótano.
Peeero, hacer justicia tiene sus peligros porque mi pulgar está fatal, por culpa de los dos martillazos que me he dado al montar una estantería que compramos el otro día en IKEA para guardar y ordenar los dichosos libros.
¡Mecagüentó…! ¡Ostiaaás, qué dolor…! ¡Pobrecito mi dedo…!
Y en el fondo, he tenido suerte porque podía haber sido peor y podría haberme destrozado la uña o el hueso, y sólo, me he dado como dos pellizcos -eso sí dolorosísimos- al golpearme el dedo torpemente con el martillo las dos veces. Y es que: «zapatero a tus zapatos…» Ésto de la carpintería y el montaje de muebles modulares se ve que no es lo mío. Y menos mal que no he tenido que usar una sierra, si no, con lo torpe que soy y en vista de lo visto, ahora igual me faltaría algún que otro apéndice digital.
¡Qué cosas tiene ésto de lo digital, qué paradojas…! Lo digital es que no es lo mismo. Cuando toco cada uno de los libros que estoy ordenando alfabéticamente en la estantería los huelo, les soplo el polvo y el moho de los casi catorce años guardados en cajas, los abro por cualquier página, y oigo al papel crujir de nuevo después de tanto tiempo… Empieza a ser una sensación extraña eso de tocar libros. Los míos, huelen a humedad y suenan a tiempo sin abrir y a aburrimiento.
La otra mañana, Manuela -y ya de una vez por todas- me obligó a subir los libros a casa; amontonados, pobrecillos. La excusa fue que había una rata en el sótano y no podíamos permitir que se estropeasen… La rata todavía no ha aparecido, pero mis libros ya están en un lugar seguro, limpio, y ordenados; y pese a mi dedo machacado y con cierta satisfacción idiota, me doy cuenta de que recuerdo haberlos leído casi todos menos dos o tres.
Para aprender a leer y a apreciar la literatura no es necesario leer muchos libros sino sólo los justos, los necesarios, los adecuados… Las lecturas memas, sí que son -si me apuráis- más perniciosas incluso que la ignorancia misma, porque infatúan de sí mismos a quienes las consumen impidiéndoles hasta cambiar de opinión. He leído libros maliiísimos.
…eeen fin. Leed malditos. Os quiero 💕😎
Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.