Archivo de la etiqueta: mal rato

Los riesgos de la lectura

¡Mecagüentó…! ¡Ostiaaás, qué dolor…!

Ésto de la lectura y la literatura tiene sus riesgos y sus sacrificios, como todo lo valioso… Yo, por ejemplo, y por un asunto de letras, me acabo de machacar el dedo gordo de la mano izquierda.

Cuando me divorcié sólo me llevé de casa los discos, el ordenador portátil, algo de ropa, el teléfono móvil y mi raquítica biblioteca. Y ahora, casi catorce años después, voy a intentar hacerles justicia a mis pobres libros a los que metí en cajas y arrumbé en el rincón mohoso y olvidado de un sótano.

Peeero, hacer justicia tiene sus peligros porque mi pulgar está fatal, por culpa de los dos martillazos que me he dado al montar una estantería que compramos el otro día en IKEA para guardar y ordenar los dichosos libros.

¡Mecagüentó…! ¡Ostiaaás, qué dolor…! ¡Pobrecito mi dedo…!

Y en el fondo, he tenido suerte porque podía haber sido peor y podría haberme destrozado la uña o el hueso, y sólo, me he dado como dos pellizcos -eso sí dolorosísimos- al golpearme el dedo torpemente con el martillo las dos veces. Y es que: «zapatero a tus zapatos…» Ésto de la carpintería y el montaje de muebles modulares se ve que no es lo mío. Y menos mal que no he tenido que usar una sierra, si no, con lo torpe que soy y en vista de lo visto, ahora igual me faltaría algún que otro apéndice digital.

¡Qué cosas tiene ésto de lo digital, qué paradojas…! Lo digital es que no es lo mismo. Cuando toco cada uno de los libros que estoy ordenando alfabéticamente en la estantería los huelo, les soplo el polvo y el moho de los casi catorce años guardados en cajas, los abro por cualquier página, y oigo al papel crujir de nuevo después de tanto tiempo… Empieza a ser una sensación extraña eso de tocar libros. Los míos, huelen a humedad y suenan a tiempo sin abrir y a aburrimiento.

La otra mañana, Manuela -y ya de una vez por todas- me obligó a subir los libros a casa; amontonados, pobrecillos. La excusa fue que había una rata en el sótano y no podíamos permitir que se estropeasen… La rata todavía no ha aparecido, pero mis libros ya están en un lugar seguro, limpio, y ordenados; y pese a mi dedo machacado y con cierta satisfacción idiota, me doy cuenta de que recuerdo haberlos leído casi todos menos dos o tres.

Para aprender a leer y a apreciar la literatura no es necesario leer muchos libros sino sólo los justos, los necesarios, los adecuados… Las lecturas memas, sí que son -si me apuráis- más perniciosas incluso que la ignorancia misma, porque infatúan de sí mismos a quienes las consumen impidiéndoles hasta cambiar de opinión. He leído libros maliiísimos.

eeen fin. Leed malditos. Os quiero 💕😎

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

PROCOBRO, Y EL BANCO DE SANTANDER…

Tras dieciséis años, empecé a trabajar de nuevo en lo mismo: cobrando morosos para el BANCO DE SANTANDER. Hace once meses.

Os sorprenderá, el saber que me hacía mucha ilusión pese a que todos seguro que pensaréis que qué ilusión puede hacer un trabajo semejante. O el de enterrador… Pues bueno, yo os lo explico: es una faena que siempre se me dió muy muy bien, y además, los morosos sólo son gente muy agradecida aunque con problemas en los bancos, como tú y como yo… Peeero, que en un momento dado pueden tener un bache económico y ya sabéis el dicho: «el banco es un sitio donde te dan un paraguas cuando hace sol y que te lo quitan cuando llueve…» Y claro, cuando llueve me mandaban a mí a quitárselo; a meterme en el bache con el moroso. Alguien, tiene que hacerlo.

Menos mal, que hace casi treinta años cuando empecé en ésto me dió por pretender lo contrario, es decir, por ayudarles. O al menos por intentarlo… Y tuve éxito al menos durante once años: gitanos, empresarios, ancianos con problemas, moros, divorcios, autónomos agobiados, alcaldes, dentistas… Siempre se puede; siempre hay un posible pacto, un acuerdo; pero claro, es difícil: mucho…

Pues once años estuve así hasta que me cansé de luchar contra molinos gigantes… Cobrar cobraba, y ayudar al prójimo también, pero sólo con lo poco que yo podía hacer; sólo, hasta lo poco donde me llegaba el brazo… Por eso cambié de trabajo. Luego: tumbos y más tumbos, carambolas y rebotes, hasta que llegué de nuevo a este sector de la mano de la empresa ésta tan lacaya. PROCOBRO, que me contrató hace once meses con tanto empeño, pero me ha despedido ahora despeñándome de forma tan precipitada.

¡Fíjate tú…!

Cincuenta y siete años, y soy objeto de una de tantas injusticias laborales pero ésta doblemente miserable por parte de los bancos y sus adláteres: no sólo maltratan económicamente a sus clientes con problemas sino que también a los empleados que tratamos con ellos… Es siniestro, funesto. Me han utilizado para hacer un trabajo si no de cloaca, cuanto menos, ‘delicado…’ y una vez exprimido me tratan como una mierda, también. Se ve que eso, es ‘la cosa’ de los bancos.

Y una mañana y sin venir a cuento, van, y me tiran a la calle mediante una simple llamada, una patada en el culo y una amenaza. Ni me pagan ni me han pagado nunca lo que me corresponde. Las razones para despedirme son insultantes, esclavistas, y una pura mentira apañada, para extorsionarme desde su posición de empresa ventajista chulesca y abusona… Y de ‘lo de los quince días’ a los que obliga la ley para notificar al que va a ser despedido: tampoco, nada de nada. Se ahorran quince días de sueldo y de paso me chantajean, para que firme inmediatamente el finiquito que me pongan delante, o no cobro nada hasta que lleguemos a juicio…

¡Ahí te pudras…!

Que no, que no estoy dispuesto a que me introduzcan elementos extraños por el orto. Que no; y que voy a luchar por todos mis derechos, hasta el último… Que ya mi Maestro Don Quijote, aunque de antemano seguramente se sabría derrotado por tan enormes gigantes o molinos, no dejó nunca de presentar batalla. Nunca… Porque una gran guerra, es lo que hay que presentar siempre contra todas las injusticias. ¿No…?

eeen fin.

Ayúdame y comparte ésto. Por favor. Y recuerda:

PROCOBRO, Y EL BANCO DE SANTANDER…

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

Almoradí. La inundación.

Publicado el 18 de septiembre de 2019.

Ha llovido, creo, más que nunca.

Y Almoradí, ha demostrado de nuevo que es el remanso de una isla en la tempestad de cualquier inundación que nos venga. Tengo cincuenta y tres años y la primera riada que en verdad recuerdo es la del año ochenta y tres, creo. La verdad es que mi memoria siempre fue algo fluida. En la famosa inundación del ochenta y siete estaba yo en la mili, y sólo recuerdo mi honda preocupación en la distancia, y las siempre escalofriantes imágenes en dramático blanco y negro de la televisión de aquella época.

Almoradí nos cuida. No sé si os habéis dado cuenta, pero yo os cuento…

El río, en aquella época sin canalizar, había reclamado suya la Vega como ha sucedido estos días. Nuestra Vega es un verdadero paraíso pero llano, muy muy llano. La simple vista no permite distinguir una diferencia de altura de un par o tres de metros en el terreno. Es imposible percibirlo cuando las pendientes son tan leves y tan largas, cuando el hermoso verde es tan variado e inacabable, y cuando los desniveles son tan suaves como lo son cuando vas de un pueblo a otro en nuestra Vega… La Vega Baja del Segura.

Es precisamente por eso que las riadas en nuestra Vega podría decirse que son suaves, progresivas aunque despiadadas, como lentas; lo engullen todo pero pareciera que avisando, avisándonos… Al no haber pendientes pronunciadas no se crean corrientes de aguas agresivas, sino frentes previsibles pero implacables de lenguas de agua sucia y ripios echándote de tu propia casa.

En aquella época, Juan Miguel, en vez de la mula con la que acostumbraba a ir a su escuela en la Daya Nueva, se traía a hurtadillas el Citroën 2 caballos furgoneta de su padre para venir al instituto en Almoradí… Ello, pese a sus dieciséis años recién cumplidos. Si conducías bien y parecías más o menos un adulto nadie te paraba en la carretera, nadie; y menos aún si te conocías a la perfección todos los recovecos, las veredas y los caminos secundarios de tu pueblo. Lo importante era si sabías o no conducir. Si no sabías, nadie subía contigo.

El caso, es que la noticia de la riada nos pilló en el instituto; se suspendieron las clases. Había muchísimo menos miedo e histeria que hoy en día, por lo que en cuanto supimos del suceso no se nos ocurrió otra cosa que coger el coche y hacer un reconocimiento -algo insensato pensaríamos ahora- de los alrededores del pueblo… Rincón, Iván, Juan Miguel, y yo. Aventura pura. Había como playas alrededor del pueblo al igual que hoy: donde el Bar Angelín, frente a La Cruz de Los Caídos, y en el Bañet… Y apenas había salidas… pero para ojos que no conociesen el terreno como lo conocían los nuestros.

Con una seguro que imprudente sensación de peligro controlado, recuerdo que como a unos dos kilómetros y a la altura ya de la Puebla De Rocamora, íbamos por una vereda con casas diseminadas a ambos lados, cuando, de repente y por nuestra izquierda vimos venir una rambla que comenzó vertiéndose entre las casas a la vera del camino… Empezó desde lejos, como a unos cien metros; y la vimos venir hacia nosotros; parados, varados. Un fluido marrón viscoso de lodo irrumpía entre las casas con aquellos chorros laterales pareciera como que lentos pero monstruosos e implacables; engulléndolo todo, sin piedad; acercándosenos.

Nunca he ido marcha atrás en un coche de una forma tan salvaje e insensata como la vez aquélla. De repente, frenamos para rescatar a una vieja que salía apresurada de su casa en medio de semejante avalancha ensordecedora de crujidos de ramas y arrastre de enseres; terrorífico. Abrimos una de las puertas de atrás y la señora entró a prisa y en silencio, con la mirada espantada; empapada. Y arreamos, huyendo con el coche de culo por aquel camino en dirección creíamos que a la Daya Nueva.

Recuerdo cómo nos encontró diría que milagrosamente el padre de Juan Miguel. Tras poner a salvo a la señora y dejar aquel heroico Citroën tirado allí mismo, nos subió a todos al remolque de un enorme tractor que conducía con la sensata intención, de devolver a todo aquél que pudo a su casa.

Rescatamos a no sé cuántos paisanos ofreciéndoles el auxilio de aquel remolque, justo en el momento justo, en que la riada arramblaba con el resto de sus restos. Ayudamos a muchos y los tuvimos que llevar fíjate tú, a Almoradí… 💕

Es el tercer día de riada que estamos aislados por tierra mar y aire, y acaba de pasar el camión de la basura frente a mi casa… Ésto, no pasa en ningún sitio salvo en mi pueblo.

…eeen fin.

Me he dado cuenta que nuestro pueblo funciona si funcionamos juntos.

¡¡ VIVA ALMORADÍ…!! 💕

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

LÁGRIMAS DE MUJER

Publicado el 22 de mayo de 2020.

Hace sólo unos meses que lo enterramos, y no quiero siquiera imaginarme que lo tuviésemos que enterrar hoy en día, con lo del coronavirus éste de mierda.

Y no sé porqué, pero últimamente me arranco a llorar con una insólita frecuencia. Se ve, que ahora estoy de lágrima floja porque siempre fui de lágrima fácil. Aunque también siempre he necesitado un buen motivo, un buen porqué para que se me soltaran las lágrimas ésas: el tormento del amor bien retratado en el cine; los actos de heroísmo; la añoranza de mis hijas; anhelos de viejos reencuentros; los remordimientos… Cosas así eran las que me hacían llorar.

Como no sé estar en la cama sin dormir me levanté, Manuela dormía a mi lado la siesta desde hacía un rato… Me dio por recordar cuando de pequeño también hacía como que la dormía, echado junto a mi padre. Entonces, casi abrazado a él y oyéndolo respirar, sólo esperaba con impaciencia a que despertase para irnos toda la tarde a la huerta montados en su bicicleta. No había aventura mejor.

Eché a andar fuera de la habitación, y el caso es que sin venir a cuento, me asaltaron unas inesperadas pero imperiosas ganas de llorar muy extrañas; diríase como que femeninas; de ésas, que ellas muchas veces intentan explicarnos a los hombres. No sabes porqué coño estás llorando pero lloras y lloras… Me encontré en medio de la cocina de casa, a lágrima viva, a las cuatro y pico de la tarde, y sin tener ninguna de las razones para llorar de las que antes os hablaba. Lloraba solo y porque sí. Y oye, he de confesar mi sorpresa, al sentirme tan a gusto sollozando sin motivo alguno, aparentemente…

¡Qué cosas…!

Luego recordé a mi hija la pequeña, cuando con solo ocho días de vida tuvo que luchar a muerte y con la sola arma de su llanto, llorando contra un atragantamiento. Estuvo más allá que aquí; se puso azul, y prácticamente dejó de respirar… Pero desde el primer momento y como una jabata salvaje chillando por su vida, mi pequeña plantó batalla guerreando hasta el último segundo de aquellos quince angustiosos e interminables minutos… Y tanto combatió mi pequeña guerrera recién nacida, que venció llorando, chillando y así recuperando, aquel resuello vital que finalmente la mantuvo aquí sin irse allá. ¡Por muy poco, pero ganamos…! A veces hay que tener redaños de hierro.

Así, que lloremos sin miedo. No debe ser tan malo.

…eeen fin. 💕

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

mi primer coche

Publicado el 3 de abril de 2020.

Desde finales del verano de aquel año estuve currando hasta de albañil; y convenciendo pacientemente a mis padres de que con mi dinero, iba a hacer lo que me diera la gana.

fotos simca (1)

Compré aquella tartana con urgencia porque acababa de conseguir un buen trabajo en Alicante, a cuarenta y cinco kilómetros de casa; necesitaba sí o sí un coche… Al final tomé la decisión, digamos que precipitada, de elegir un ajado Simca 1200 modelo TI, del año 1974, creo. Una máquina de cincuenta y cinco caballos algo ausentes eso sí, pero que en aquella época colmaban de sobra mis novatas aspiraciones automovilísticas. Lo encontré en un rastro y me costó el equivalente a unos ochocientos euros de hoy. No había ahorrado absolutamente nada de mi magro sueldo, y tuve que comprar aquella joya a plazos; poco a poco, semana a semana, pagué por adelantado y en billetes el equivalente a los quinientos y pico primeros euros.

Era la víspera de la nochevieja de aquel año y quería conducir ese coche ya. Sí, o sí. Por ello, con casi lágrimas fingidas de bisoño veninteañero y al tiempo que depositaba en su mano un muy esforzado fajo de billetes, supliqué al vendedor ¡que por Dios! me dejase disfrutar de mi anhelado vehículo pese a los poco más de trescientos euros que todavía le debía. Argumenté insistente y lastimosamente: que si era la víspera de nochevieja; que si ligaba menos que el chofer del Papa; que si yo era formal ¡y qué coño! éramos del pueblo; que si necesitaba echarme una novia con muchísima urgencia… Le rogué abiertamente que se apiadara y se fiase de mí en definitiva, porque me moría por agarrar aquel volante.

Clavando sus amenazantes ojos azules en los míos, y tras advertirme de la deuda que con él quedaría por saldar, el vendedor cedió a mis súplicas entregandome las llaves con renuencia; refunfuñaba, y mascullaba no sé qué de que iría a mi casa a final de mes si no le pagaba según lo acordado.

carretera-ingimage.png

Dioooss qué gusto al clavarle el pie al acelerador de aquél mi primer coche. La mejor nochevieja hasta el momento: por fin tenía vehículo… Y no paró un momento de llevarme de fiesta en fiesta, de un lugar a otro. Pim pam, pim pam, nos repartía sin descanso por doquier hubiera un sarao o una juerga de cualquier tipo, ya fuera nochevieja, año nuevo o día de reyes. Se portó como un campeón… Pero llegó el día ocho de enero, y empezó el primer día laborable de mi primer contrato laboral con mi primer coche. Ahora tocaba probar de veras la solvencia mecánica de aquella joya, ya que tenía que hacerle ciento y pico kilómetros todos los días.

Pantalones de tergal, corbata, chaqueta y frío, mucho frío. Aún recuerdo aquellos primeros viajes de ida, somnoliento, por la carretera de la Úrsula y rumbo a la calle Reyes Católicos en pleno centro de Alicante. Y un enorme plano callejero de papel desplegado sobre mis rodillas…. Toda una aventura a mis veinte años. En aquella época se podía aparcar casi en la puerta del establecimiento al que te dirigías; eran otros tiempos.

Pero en especial, vienen a mi memoria los viajes de vuelta; ya por la tarde, ya sin sueño. Alentaba mi inexperto espíritu de piloto, el hecho de dominar los inquietantes temblores del volante de aquel coche al tomar con cierto arrojo las curvas traicioneras de la carretera. Ignoraba por completo el inminente peligro que aquellos tembleques aseguraban… Llevaba poco más de quince días dándole caña a aquella joya mecánica con mis trajines laborales. El vendedor me dio las llaves el día 30 de Diciembre, por lo que no habrían pasado apenas ni cuatro semanas desde que tenía coche.

Arranqué el motor aquella fría mañana de Enero, y aunque áspero, el ruido de aquel desperezar mecánico no presagiaba el desastre que se me avecinaba. El Simca carraspeaba en frío y se arrastraba tremolante y lento por la vieja carretera de Dolores. Así, hice unos tres kilómetros hasta que llegué a la altura de la sempiterna gasolinera, a partir de la cual, una ligera cuesta de la carretera advertía del cruce con la hoy desaparecida vía del tren.

Fue al cruzar aquel paso a nivel… Algo extraño al frenar, un quejido metálico, como un golpe quebrado hacia abajo. Una breve caída y un arrastre. Los vaivenes y la inercia del coche al cruzar las destartaladas vías terminaron bruscamente, en seco; como cayendo.

fotos simca (2)

Noté que mi culo quedó sentado casi a ras del suelo. Estupefacto y algo asustado salí del coche; la puerta arrastró en el suelo al abrirla, y al incorporarme por completo -tuve que salir a gatas- vi las ruedas delanteras. Ruedas como abiertas de piernas, desvencijadas. ¿Y el motor…? También en el suelo con los soportes retorcidos y vencidos. El chasis mostraba unas soldaduras infames, que desgarradas ahora, habían ocultado la estafa, la ruina y el riesgo que conducir aquel vehículo mortaja suponía… Mientras, los humores intestinos de aquel motor caído se derramaban lentamente, como una hemorragia negra sobre las traviesas mojadas de la vía.

Tierra, trágame.

Era hora punta, y se formó una cola de más de mil demonios de coches exasperados por la extrañeza y las prisas; bocinazos tensos, nerviosos; gritos, muchos ternos… Qué vergüenza.

Yo, pantalones de tergal, corbata, chaqueta y frío, mucho frío… Con fingido gesto impasible, entré casi a rastras de nuevo en el coche a recoger sólo mi agenda. No paraban los bocinazos. No recogí por dignidad ni la documentación ni el aparato de radio, los casetes, ni ningún otro chisme de los que llevaba en el coche. Ni siquiera quité las llaves ¿para qué…? Resultaba un espectáculo patético; más bocinazos… Cerré el coche con un impotente portazo de rabia, y totalmente abochornado comencé a caminar estoicamente en dirección de vuelta al pueblo, con la poca dignidad que todavía me podía permitir.

Andando enrabietado caminito de mi casa y al pasar frente al taller de Los Albaladejo, vi, y compré en ese mismo momento, un Seat 131 Supermirafiori 1430 de gasolina, azul, bonito; también de segunda mano. Me lo quedé con urgencia, sin regatear, con la sola condición indispensable, de que el taller recogiera sin falta y cuanto antes aquel despojo de chatarra que embotellaba la carretera y de que se deshiciese de él lo antes posible… Nunca, más, quise saber nada de aquel coche.

Por supuesto, no pagué el dinero que me faltaba pese a que el vendedor, aún a sabiendas de mi percance con la joya, tuvo la desfachatez de venir a mi casa en un par de ocasiones a exigirme que terminase de pagarle. Casi, terminamos mal… Me duró creo que veintinueve días el coche.

…eeen fin.

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

Nuestro niño interior

Publicado el 14 de octubre de 2019.

Ahora tenemos interné, istagrán, el feisbu y el güasap.

Menos mal…

A nuestras órdenes siempre estarán los secadores de pelo, el mando a distancia del aire acondicionado o los dos botoncitos de los elevalunas eléctricos… Para hacernos la vida aún más ociosa e inane, disponemos de alivios como la moda, la inteligencia artificial, o una multitud de fármacos multiusos que hasta nos la ponen dura… Y una de las cosas creo yo, más inquietantes: coches que dentro de poco van, ni más ni menos que a conducirnos.

Os acordáis del anuncio aquél de BMW… ¿Te gusta conducir…? Un BMV con las ventanillas abiertas y la carretera fluyendo frente ti. Tu mano izquierda abierta fuera del coche, abanicada libremente por el placer de conducir a contraviento de la velocidad. La otra de tus manos agarraba el volante; conducías tú.

Pues hasta eso nos quieren quitar… Porque es el coche al igual que lo fue el caballo una de las grandes conquistas humanas: la de la libertad de movimientos a nuestro albur. Y no dudéis de que es éso justo, después del dinero en metálico, lo segundo que nos quieren arrebatar: el libre albedrío.

O bicicletas y transporte público barato, o coches para pobres. Cochecitos capados y obedientes, que tengan como mucho tres o cuatrocientos kilómetros de autonomía, y que chiven a cada paso cualquiera de los que tú des… Que siempre sepa George Orwell por dónde vas, y cuándo y porqué usas tu tarjeta de crédito.

Tooonto…

El cabrón de George Orwell ha empezado a tener razón mucho más aprisa de lo que cualquiera hubiéramos podido imaginar.

Dejamos una especie de rastro, como de baba rastrera, a cada paso digital que damos en Internet. Nuestros datos son muestra y carnaza para oscuros sabuesos; perros de olfatos prestos a interpretar nuestra realidad presente y a decidir, lo mejor para todos y cada uno de nosotros. Y así, alguien siempre nos usa… Usan constantemente nuestro horario y nuestros gustos para invadir con impunidad, hasta la intimidad de esos minutos en los que vas a cagar tranquilo en casa y te llevas el móvil. O hasta cuando estás yendo al trabajo en el autobús y repasas en el jodido aparatito tus menesteres varios.

Tooonto…

Hemos creado una sociedad mullida de tantas perezas, que la gente se ha creido que puede salvar el mundo y comprar barato.

Soplar y sorber a la vez. Ansiamos bóbamente gustar a todo el mundo y volver a recuperar aquél nuestro niño interior. La niñez -lo infantil- es un estadío que está mariconamente sobrevalorado, porque los niños al igual que las flores son muy monos pero dan fruto sólo cuando dejan de serlo… Pretendemos recuperar una felicidad mañaca y cutre, como turistas que repiten todos las mismas aventuras ya sin riesgos y en sitios ya trillados.

Yo en cambio, querría olvidar toda esta nadería vital que nos domestica y recuperar mi animal salvaje interior… Ansiaría volver a lo de carnívoro y lo de nómada, lo de animal prístino que aún quede en mí. Regresar a mi ser homínido perdido y primigenio, omnívoro y depredador. Sentir de nuevo dentro de mí a aquel bruto lleno de pelos y miedo; bestia dejada al albedrío del frío, del torbellino, y de la completa intemperie de esta puta naturaleza nuestra.

Con lo que ahora sé, quiero dejar de ser insensible ante este presente de mierda, esta estupidez y esta ñoñería flagrantes. Es más, quiero que se me revuelvan las tripas y vomitar de vergüenza ajena frente a tanta hipocresía… Quiero atacar para defenderme si me atacan. No quiero permanecer impasible ante este suicidio vital en el que nos estamos embutiendo lentamente. Una trituradora moral, una confusión, en la que olvidamos nuestro deber de ser humanos; de ser gente amigable, receptiva, ignorante, y por ello curiosa.

Quiero luchar todos los días para ganar mi comida mientras me sea posible y duren mis fuerzas. Continuar porfiando para follar mientras esa pulsión animal así me empuje. Y proteger hasta la muerte mi cueva y a los míos… Me gustaría que se me volviesen a afilar los colmillos para volver a devorar carne cruda si fuera preciso, arrancándola a estirones de los huesos de mis presas.

Quiero matarme en una curva cualquiera o en el intento de colmar cualquier pequeña cumbre. Peleando, malfollando, o persiguiendo un sueño cualquiera… ¿Qué más da…?

Y cuando no sea así, piedras sobre mí.

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

.

Los celos…

Publicado el 27 de mayo de 2019.

cropped-lampara1

Acribillado por un frío cabrón, pero ahí estaba yo. Ciego… No iba a encender ni el motor ni la calefacción. Aparcado como a cuarenta metros de la puerta de su casa, no era cosa de que a esas horas chismorrease toda la calle al verme ahí así, tirado a las cuatro de la madrugada, con el escándalo del motor en marcha, y con los celos y la rabia mordiendome las uñas y las entrañas.

Algo, llevaba maliciándome desde hace semanas.

1ed4f-sistema-nervioso

Sin advertir la hora que era y encorajinado por todo el día esperándola, exploté y llamé yo a su casa… Creo que por conmiseración y al saberme exasperado y ciego, conseguí la confesión de su hermana… Ésta me informó, de que eran más de la una de la madrugada de un martes; que no la habían visto desde que salió por la mañana; y que a esas horas todavía no había regresado.

Envuelto en llamas tuve que salir de casa para desfogarme con una rabieta nocturna en coche y un par, o más, de whiskys solitarios.

Ya me lo dijo una vez, al principio, sentados en mi Citroën CX. Justo aparcábamos al lado, y la embobaba, un impresionante BMW serie 6, blanco:

– Yo, quiero tener un BMW como ése.

Ella no tenía carnet, y además, me había confesado en varias ocasiones que el pánico a conducir se lo impediría siempre; y por ello, aparte de reírme un poco no eché yo más sal a aquel comentario; al menos entonces. Y fíjate tú, por dónde…

Nueve años juntos y yo, continuaba aún lejos de cualquier flamante BMW. No podía permitirme otro coche que un precioso e impecable Ford Taunus serie Ghia 2 litros, de segunda mano. Completamente original y una joya al menos a mis ojos.

IMG_20190525_212832.jpg

Y ahí estaba yo. Más de tres horas llevaba enjaulado y ciego en el Taunus, a la espera de si venía… Más de las cuatro de la mañana y el imbécil de mí lucubrando, cómo abordarla cuando volviera; rumiando cuánto cantarle las cuarenta.

799b0-susto-300x285

Conforme al reflexionar bajaba mi calentura y se aliviaba mi ceguera, me di cuenta de que ante todo, y ya que era un cornudo, debía evitar en la medida de lo posible quedar también como un imbécil.

Como un imbécil ya quedaba si ella volvía. Porque volvería con mis cuernos recién puestos a las cuatro de la mañana, y a ver en plena calle qué coño le vas a decir. No soy yo de montar ese tipo de escenas en público… Y si acaso no volvía, también como un imbécil quedaba porque si ya eran semejantes horas, y ella no tenía coche, era evidente que después de consumar mi cornamenta se habría quedado a dormir con él.

Y yo allí. Imbécil, y ciego… Me marché a casa.

A los pocos días, claro, recuperé la vista.

virus 2

Resultó el amante furtivo, ser el hermano crápula de una amiga común, cuya familia, tenía la no menor cualidad de tener el dinero por condena… Pero aparte de esa condición, parece ser que no tenía el Don Juan muchas otras cualidades al menos confesables. No se le conocían al prenda otros oficios, salvo el de esquilmar el colmado pesebre familiar a fuerza de destrozar BMWs. Seguro que también el de pagar putas caras. Y el de concederse sin medida, cualesquiera otros caprichos que a su albur se le antojasen.

Un gañán, incapaz de juntar más de seis palabras por frase, y feo. No sabemos si tenía una buena polla, pero un renting todo riesgo con la BMW, él o seguramente su padre, sí tendría sí.

IMG_20170311_170227

Chica lista.

Es curioso cómo, cuando eres tú el ciego y el que en verdad ama, ves y con detalle, si cambian ‘ciertas’ cosas y cuándo cambian.

Cuando se empiezan a esquivar ‘ciertas’ miradas… Cuando ‘ciertos’ detalles parece que empiezan a ser olvidados… Acaso cuando detectas y antes no, ‘ciertas’ renuencias sutiles… O cuando ves que el otro adquiere ‘ciertas’ costumbres postizas.

Su padre también bajó al advertir mi estado de ánimo cuando, desde el rellano en la entrada de su propia casa, clamé airadamente por su hija… Recuerdo montar entonces sí, una verdadera escena; peeero, en privado… Así mismo recuerdo que seguramente, también hice el imbécil todo el rato cantándole las cuarenta, al exigirle unas explicaciones vacías que eran ya, tan solo, una especie de resarcimiento estéril.

Pero lo que no recuerdo es, cuál fue concretamente aquel detalle o comentario mío, seguramente imbécil también, que hizo que padre e hija sonriesen acaso levemente… Solo sé, que con mis cuernos a flor de piel, aquellas sonrisas extemporáneas me tocaron profundamente los huevos… Y envuelto una vez más en llamas exploté, clavando mis ojos en los del padre y espetándole:

– No sé de qué se ríe Usted, ya que… Y sin pestañear giré mis ojos hasta atrapar los de ella, y mirándola sin piedad continué con mi puya al padre:

-…su hija es una puta y una guarra porque se ha portado conmigo, como una puta y como una guarra.

Y seguí así, mirándola durante todo un silencio. Hasta que desaté, al fin y para siempre mis recuerdos de aquellos hermosos ojos… Creo, que le hice un último gesto contrito al padre y rápidamente me dí la vuelta; salí de aquel rellano, arranqué mi Taunus y me fui. Nunca, había insultado así a nadie.

23-59-12-Conducir-Enojado.jpg

Tensan la ceguera y los celos, poco a poco, una especie de cuerda interior que a todos, nos convierte en un peligroso arco al punto de disparo.

…eeen fin.

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

el dentista…

Publicado el 28 de febrero de 2019.

Ese tercer pinchazo sí me dolió; en el paladar; ya me lo había advertido. Más que tumbado volcado; casi cabeza abajo aunque boca arriba en aquel sillón albino… Mi carrillo izquierdo estirado con ahínco y mis manos crispadas, agarrándose al miedo; el resto de mi cuerpo contorsionado retorcido y rígido.

Una lágrima diríase contenida, solitaria, asomó tímidamente por la comisura exterior de mi párpado derecho; se deslizaba lenta, como buscando recogerse en el cuenco de mi oreja. No sé cuál sería la razón de aquella lágrima, si el dolorcito picante de aquel último pinchazo, tal vez los nervios, quizá la tensión muscular, o seguramente el puro miedo… Tampoco sé, si alguien se dio cuenta de tan minúsculo detalle.

Mis ojos decidieron no abrirse, eludiendo el asistir al truculento espectáculo de ver manos introduciendo artefactos espantosos en mi boca; los mantuve cerrados encomendándome a aquéllas. Manos duchas, que trajinaban con pericia la mitad inerme de mi cara como harían con una vulgar carrillera de chancho. Carne y hueso, insensibles a los agresivos manejos de aquellas manos que abrían cinco centímetros en canal mi encía superior izquierda, para luego introducir tres tornillos metálicos en no sé qué parte de mi hueso maxilar… Ufff… Todavía me mareo casi, incluso al escribirlo.

Tengo cincuenta y dos años y no puedo evitarlo, es un pánico irracional, instintivo, real para mí; cuasi infantil lo reconozco; canguelo puro, puro miedo. Un miedo estéril; lo sé…

Hoy los dentistas no provocan dolor, y es evidente que desde siempre han contribuido a aliviar precisamente uno de los peores, de los más implacables.

La humanidad ha recurrido a los mañosos sacamuelas desde tiempo inmemorial. Suplicantes, atormentados y hasta enloquecidos nos sometíamos a ese dolor supremo insoportable pero momentáneo, de arrancarte en vivo del tirón un diente o una muela. Todo fuere con tal de terminar aunque de cuajo, con la convivencia junto un verdadero suplicio, con un calvario de dolor tirano, constante y mucho más insoportable… O te sacabas la muela o reventabas, inevitablemente; tarde o temprano.

Con los ojos apretados preferí no imaginarme siquiera, esa especie de berbiquí con el que sentía taladrar pareciera que toda mi testuz… Oía su giro eléctrico; notaba la presión suave pero implacable de aquella broca sobre mi maxilar superior izquierdo, girando lenta, horadando, penetrándome poco a poco. Sentía su vibración hasta en los huesos del interior de la oquedad cóncava de mi cráneo, haciendo reverberar mi cabeza entera como una campana sorda.

Mi pánico se desbocó cuando al borde de la contractura, y al retorcerme solo un poco intentando aliviar la rigidez de mi postura, el dentista, con voz alta, imperativo y tajante me advirtió que en ese preciso momento no me moviese si quiera un ápice. Noté al galeno conteniendo la respiración, parece ser que por lo trascendente de la faena que le acuciaba en ese instante… Sólo se oía de vez en cuando un pitido como apagado, tras el que se olía un leve pero desagradable tufo a algo quemado...

En semejante trance intenté evadirme nuevamente. Y rememoré una de mis citas con el dentista en la que, con tal de no ir solo, llegué incluso a hacerme acompañar por la mayor de mis hijas de tan solo cinco años… Recuerdo a la pobre, que en su papel de cuidadora, no paraba de intentar calmar mi miedo acariciando tiernamente mi cara y mi pelo con sus manitas, mientras no dejaba de hablarme dándome docenas de sensatas razones para calmarme… Cuando al fin me llamaron a consulta no consintió el separarse de mí ni un solo momento, y se empecinó como una jabata en situarse todo el tiempo a mi lado, junto al sillón del dentista: «por si mi papá llora, o algo…»

También recordé escarmentado que, hace ya muuuchos años en una de las pocas ocasiones en que mi dentista Don Fernando me veía por su consulta, y como buen argentino socarrón y corrosivo, sentenciando, me dijo aquéllo de:

Antooonio, vos habés tenido hasta ahora mucha suerte con esa boooca. ¿Pero la querés para comer o para guardar el auto…?

😂🤣

Además, no dejéis de ir al dentista ‘por la cuenta’ que os trae.

…eeen fin. 😳🙄😂🤣

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

.

El gato.

Publicado el 17 de febrero de 2018

En aquella época de mi infancia las casas permanecían siempre abiertas, de par en par. Solo las cancelas interiores permanecían cerradas aunque francas a las cuitas de vecinos y transeúntes… Oímos el frenazo frente a mi casa al mismo tiempo, que aquel desgarrador aullido de animal siendo aplastado por los neumáticos de un vehículo. Mi madre se dispuso a salir a calle a curiosear el suceso cuando al abrir la cancela, descubrió espantada que un pobre gato, amenazante, con la mitad del cuerpo machacado y buscando abrigo a su infortunio, se había refugiado en el pequeño espacio del recibidor de casa.

El reguero de sangre dejado en el suelo y las escaleras de la entrada alarmó enormemente a mi madre que cerró de nuevo, horrorizada, la cancela que impedía que el pobre animal entrara en casa. No podíamos salir por esa puerta.

Mi cuñado y yo extrañados, salimos por la cochera y dimos la vuelta a la casa hasta situarnos frente a la puerta de entrada que, completamente abierta, dejaba ver el dantesco espectáculo del pobre animal aplastado, arrinconado al fondo, con la mirada amenazante de ira y perdida de dolor, restregando lo que quedaba de su cuerpo contra el cristal esmerilado de la cancela… Hicimos el amago de entrar cuando erizados, oímos el ululante y espantoso bufido con el que aquel felino herido de muerte nos amenazaba. Cualquiera que haya visto un gato acorralado sabe de lo que hablo.

Resultado de imagen de reguero de sangre

Al sentirse de nuevo intimidado y atacado por nuestra presencia, el gato, enloquecido por el dolor, empezó a arrastrarse con las patas que todavía le respondían a la vez que aullaba amenazante y convertía el recibidor de mi casa con sus hemorragias, en un inefable espectáculo de sangre y humores de gato restregados por el piso y las paredes.

No iba a dejarnos cogerle tan fácilmente. El animal, nos advertía de que iba a vender muy cara la poca vida que le quedaba. Y aunque nuestras intenciones eran las de recogerlo e intentar ayudarle, era algo que no podíamos explicar con detalle al pobre bicho moribundo.

Decidimos hacernos con una manta para atrapar al gato y sacarlo de allí. Volvimos de nuevo a la puerta y entramos al alimón estirando la manta para, cual red, atrapar dentro al gato y poder hacernos con él sin peligro para nuestra integridad. Pero, cuando el pobre animal se vio de nuevo acorralado y cercado, no os podéis imaginar el estallido de ira, pánico y furia del desdichado gato.

Empezó a aullar endiabladamente; como un torbellino empezó a dar botes violentos y exagerados estampándose contra las paredes y el cristal de la puerta de la cancela con una violencia y fuerza inusitadas, y provocando que mi cuñado y yo nos cagásemos de miedo… Era seguro que no nos íbamos a librar de algunos mordiscos y de muchos arañazos desesperados. No había forma de sacar al gato de nuestra casa sin que también saliésemos mal parados del lance.

Finalmente, en vista de la imposibilidad de hacer nada por el desdichado animal uno de nuestros vecinos trajo una escopeta de perdigones. Era la única forma que se nos ocurrió de acabar con la situación, pero mi cuñado y yo ya estábamos demasiado afectados y nerviosos como para apretar el gatillo. No podíamos hacerlo nosotros.

El revuelo de vecinos, curiosos y espantados por el suceso, se incrementaba a la vez que el desagradable hecho se complicaba. Mi madre, mi hermana y algunas vecinas estaban fuertemente impresionadas además de horrorizadas por lo sucedido, y lloraban casi histéricas, impotentes ante el incómodo y repulsivo episodio que estábamos padeciendo.

Finalmente uno de mis vecinos se arrancó y cogió la escopeta… Cada uno de los primeros tres disparos fueron acompañados de unos espantosos alaridos de dolor intenso y de unos desesperados movimientos frenéticos, desafiantes y estertóreos, del pobre gato desahuciado… Cinco tiros hubo que darle antes de que el infeliz animal rindiese tan cara su pobre vida.

Resultado de imagen de gato muerto aplastado

El hecho de asistir al horrendo espectáculo de la degollina de aquel pobre animal malherido y espantado por el dolor y la muerte, nos afectó a todos con una sombra de tristeza, impotencia, pena, y asco, que nos amargó enormemente aquel día y algunos otros.

…eeen fin. Gracias, especialmente hoy, por leerme… 🙏💕

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

RECURRENTE…

¡Oootra vez! ¡Coooño…!

Me ocurre solo algunas veces, pero siempre cuando me voy de fiesta; y encima, siempre me pasa en ciudades que conozco bien. ¡Qué extraño…! Es que no me lo explico. ¡No he bebido tanto, joder…! ¡Mi coche estaba aparcado justo aquí…! ¡Aquí…! Lo juraría… Recapacitando, intento volver sobre mis pasos mentalmente pero nada, como decía el clásico: ¡A Dios pongo por testigo de que lo dejé aquí…! No lo entiendo…

Pregunto en un bar enfrente pero dicen no haber visto nada; ni siquiera recuerdan un auto como el mío aparcado cerca. Es cierto que no es un haiga resultón, pero, bueno… Pregunto en otros sitios, y a mucha otra gente, si acaso han visto a álguien o algo sospechoso junto a un Renault Megane como el mío, de esos viejos, con culo, gris metalizado, y bastante sucio por cierto… Pero nada.

Las calles en esa zona me parecen casi todas iguales a la vista, como cuadriculadas; por lo que me propongo recorrerlas de alto en bajo esperando haberme equivocado solo un poco con el jodido lugar de mi estacionamiento; y así, a ver si por casualidad consigo tropezar con mi coche… Andando, reconozco los lugares por donde he pasado ya, y sí los recuerdo, sí, pero tengo la sensación confusa de parecer un pollo sin cabeza… Y así voy caminando, caminando, con la mano derecha en el bolsillo apretando cada dos por tres el botoncito del mando a distancia, con la esperanza de oír el ruidito característico de las puertas de mi coche al abrirse. Pero nada…

Y sigo… Y poco a poco, tanto la ansiedad al no encontrarlo como la alarma por la posibilidad de que me lo hubieran robado van in crescendo… Pero sigo buscando, vagando, con la esperanza de encontrarlo en las cercanías de donde yo recordaba, o creía, haberlo aparcado… Y empiezo a entrar en pánico al pensar en qué coño voy a hacer para poder volver a mi casa, porque claro, es tardísimo, y parece que voy, si no demasiado, sí al menos bastante achispado ya que he perdido hasta el coche…

¡Ay Señooor…! ¿Qué voy a hacer sin él si lo necesito para trabajar mañana sí o sí…?

¡Uuufff qué agobio…!

Cuando al rato -no sé cuánto- sigo andando y voy reflexionando, pienso en las muchas veces que me ha pasado lo mismo. ¿Qué extraño, no…? ¿No es normal que pierda mi coche con tantísima frecuencia, verdad…?

Entonces -también al rato- suavemente pero como que en un instante, y aunque todavía soñando, me voy dando cuenta de que otra vez he caído en ésa trampa onírica mía tan recurrente… Y así, voy despertando, y comprobando que mi coche está en su sitio. Y vuelvo a darme cuenta de que el susto, solo se ha debido a esa cuasi pesadilla que me persigue desde hace tanto y que duerme conmigo de vez en cuando… Luego, claro, me doy la vuelta, y sigo durmiendo.

Y no, no me preguntéis ni el cómo ni el porqué de semejante pesadilla recurrente porque ya haría falta un psiquiatra, y bastante tengo yo ya… 😂🤣

…eeen fin.

Gracias por soñar conmigo… 🙏💕

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.