Publicado el 4 de febrero de 2022.
Me diréis que fui o bien un privilegiado o un bicho raro, porque recuerdo cómo de sigiloso me colaba con facilidad en la sala del cine de mi abuelo Miravete, para ver furtivamente y desde el gallinero aquella película para mayores cuasi prohibida, y encima, clasificada «S».
LAS VAMPIRAS
Tenía que aprovechar el descuido de los acomodadores para escabullirme y colarme, entre las pesadas cortinas de terciopelo granate que cerraban por completo e insonorizaban la sala. Pese a la casi completa oscuridad y una vez dentro, sabía perfectamente que a mi derecha quedaban las escaleras que conducían al gallinero; y que si seguías subiendo por ellas se estrechaban hasta llegar a una angosta escalera de caracol que llevaba directamente a la cabina de proyección… Como en Cinema Paradiso, casi igual.
Bajar yo sólo a las calderas sí me daba un poco de miedo pero por aquello de las ratas; subir a la cabina no. Al contrario.
¡Madre mía…! El hecho de estar allí arriba en el gallinero, yo solo y a oscuras, unas veces excitado otras aterrorizado por aquellas señoritas vampiras tan estupendas, era toda una experiencia de lo más vibrante y calentona… Se me enhestaban hasta los vellos con tanta carne y tanto susto.
Me conocía casi todos los recovecos del cine. Era una sala enorme, ya entonces muy anticuada, pero con un fantástico suelo curvado de madera y unas paredes forradas también de madera, que le proporcionaban una visibilidad y una acústica casi perfectas. Un gran espacio oscuro, en el que se podía oír hasta el batir del volar de una moscarda…
Uno de los recuerdos más vívidos que tengo de la sala de cine, era por las mañanas, cuando completamente a solas y envuelto en aquella penumbra de olor a tabaco y a sitio vacío y cerrado, me subía al escenario y me situaba justo en medio del mismo pero de espaldas a la sala… Luego, me giraba lentamente y me enfrentaba poco a poco al imponente patio de butacas vacías, estirando los brazos, saludando haciendo reverencias y mogigangas, e imaginándome vete tú a saber qué clase de tonterías… Impresionaba.
Sería el año setenta y siete, y era una de aquellas películas típicas de la época del destape, y como que de miedo, pero de un miedo picantón muy manido y algo inocente. Pero sí, es un hecho que para mis once años era una película de verdadero miedo…
Peeero, no paraban de salir desnudas aquellas vampiresas estupendísimas, que se ve, que estaban las pobres atrapadas en una isla tropical en medio del océano y sin mucho que hacer… Y el caso, es que así como por casualidad, arribó a la isla un barco con unos marineros totalmente perdidos en busca de alivio. Y claro, como las señoritas vampiresas repito que estaban tan estupendas y se ve que todo el mundo tenía tanta hambre, aquéllo se convirtió en una vorágine de comilonas y mordiscos picarones, colmillos y tetas, miedo barato y refociles, que he de reconocer que es posible que me dejaran marcado y traumatizado para siempre… ¿El cine no es una fábrica de sueños…? Pues eso.
…eeen fin.
Desde aquel momento «me gustan las mujeres me gusta el vino, y si tengo que olvidarlas me voy, y olvido…»
Gracias por leerme… 💕 😂🤣
Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.
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