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¡Nooo me toques…!

Publicado el 13 de marzo de 2020.

El jodido coronavirus…

Los rebaños sólo se mueven por miedo o por hambre.

El instinto rebañudo que todos tenemos, me empuja a quedarme en casa pero no por el miedo mío, sino por respeto al miedo de los demás. Como creo que debe de ser si somos solidarios. Pero por otro lado mi instinto de rebeldía, me dice que el actual estado de las cosas es para mandarnos a todos la mierda por histéricas. Porque lo de las carreras en los supermercados a la búsqueda histérica de papel higiénico, convendréis todos conmigo, en que es muy muy significativo. Seguro que en unos cuantos meses no podríamos los españoles limpiarnos el culo lo suficiente, como para acabar con las reservas nacionales de semejante producto se ve que de primera necesidad. Me voy a quedar en mi casa sí, pero rabiando.

Ni tocarnos podemos ya… Este mundo moña y cobardón que nos hemos creado, chilla y echa a correr a las primeras de cambio tal como una espantada de pavos azuzados. Toda nuestra historia como especie matándonos hasta por millones en guerras y hambrunas, y resulta que ahora, hoy, en el siglo XXI y como pollos sin cabeza, nos cagamos de miedo porque nos entra la tos y se mueren cuatro gatos.

Yo voy a seguir ofreciendo mi mano deseando que la paz sea contigo; y lo haré hasta con un beso como así siempre lo hacía mi padre. Y seguiré tocando siempre a mi prójimo si él se deja, claro. Y jamás, jamás, haré acopio nunca de papel del culo.

Y sí… ya sé que soy un poco bruto, pero que no nos engañen.

eeen fin

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

SUBNORMALIDAD

Publicado el 15 de enero de 2022.

Normalidad, era percibir el verdadero cariño y la naturalidad con que mi madre, me llevaba a casa de mis abuelos para ayudarle a limpiar el culo y darle de comer a la suya con alzheimer… Estuvo haciéndolo durante dieciséis años, hasta que mi abuela se nos apagó muriendo como durmiendo cual si una niña grande acurrucada en su cama. Recuerdo su viejo cuerpecito aovillado sobre sí mismo y en posición fetal… Pesaría veintipico kilos y lo recuerdo bien porque recién muerta, mi madre me pidió con total normalidad que la tomara en brazos, y que con cuidado la acostara en la otra cama limpia que había en aquella habitación tan vetusta de mis abuelos.

Me crié y fui educado con entera normalidad siguiendo casi a rajatabla unos principios hoy tan raros, como el de que si no estudias no apruebas; el de que los castigos no se levantan porque el que la hace la paga; ése de que quien no llora no mama; el de que quien bien te quiere te hará llorar; o el clásico aquél de que la letra con sangre entra… Creo, que también tenía entonces bastante claras las principales diferencias entre el bien y el mal, y sabía de los enormes beneficios de tratar a los demás como me gustaría que me trataran a mí… Hoy lo llamaríamos empatía, religión, disciplina o no sé cómo. Pero entonces era lo normal.

La normalidad era que la puerta de mi casa estuviera siempre abierta… Las de los vecinos también lo estaban, y sólo había que apartar un poco las persianas para colarse en cualquiera de ellas.

Con toda normalidad y sólo ocho años, ya me mandaban solo a la tienda de Manolo, bien a por una botella de lejía, una bacalá seca, tal vez media docena de huevos, o cuarto y mitad de jamón serrano en lonchas… ¡Y oye, que no me engañaran con las vueltas…! ¡Y cuidado con los huevos no tengas un percance…! ¡Y sobre todo, cuidado con los coches y con las calles: primero mirar y después cruzar…!

También era lo normal a esa edad después del colegio y por las tardes, el que saliéramos corriendo a perdernos en bicicleta por las veredas de la huerta kilómetros y kilómetros… Y por ello, lo normal, era que casi siempre alguno de nosotros volviese lisiado y con algún raspón en las rodillas o en los codos: o bien por un batacazo en la bici, o tal vez por la caída desde lo alto de un árbol debido a las prisas de estar robando fruta para merendar y que te pillara el dueño.

Desde siempre, cuando estabas en la huerta ya fuese jugando o trabajando y si te estabas cagando, lo normal era que te apañaras limpiándote el culo con lo primero que pillaras ya fuesen hojas o piedras, un trozo de cartón viejo, o cualquiera otra cosa que pudiera serte útil para semejante fin… Y normal, también eran cosas como mezclar tierra y orines si te picaba una avispa y restregarte luego con el mejunje para aliviarte.

Insisto, eran cosas normales pero oye: funcionaban.

O nos revelamos, y cuanto antes, frente a tanta tontuna y tanto miedo que pareciera que nos han inyectado contra los virus, el clima, el prójimo o el futuro, o vamos a asistir a la regresión como especie más importante de la Historia de la evolución del Hombre.

Vamos pa’trás.

Y si os fijáis, la cosa se acelera porque hace sólo unos años éramos diríase que normales, y ahora y más con ésto de la pandemia parecemos casi por completo todos unos subnormales… Y por favor, entendamos el adjetivo subnormal simplemente, como todo aquéllo o todo aquél que se encuentra por debajo del umbral de normalidad respecto de una realidad determinada… No vaya a ser, que debido a la corrección del lenguaje éste de mierda y tan moña que padecemos ahora, alguien se la coja con papel de fumar, se dé por aludido, y se me ofenda.

eeen fin.

Sabéis que os quiero. 💕

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

Sabiondos

Publicado el 12 de abril de 2020.

Historias de Paco Sanz ✍️

Los aceleracionistas son una panda que pretende mejoras acelerando los procesos. Huir hacia adelante ha sido la tentación de algunos presidentes para hacer frente al proceso, que lo pasen los que lo tengan que pasar, que se mueran los que se tengan que morir, y que los supervivientes se hagan cargo lo mejor que puedan de lo que quede en pie. Vaya, que no decaiga. No acertaron. Como decían los machos de antes, se la han tenido que envainar.

A nivel poblacional hay dos estrategias que se están siempre equilibrando, la de la “K” a base de adaptarse a lo que hay, y la de la “r”, reproducirse más y mejor. Un poco en plan cuestiones de fuente y de sumidero. Si hay suficientes recursos o si hay demasiados venenos. Los ricos será más ricos y los pobres tendrán más hijos. Los que gustan de metáforas bélicas podrán recordar que con la táctica artillera y de trincheras, la muerte en batalla había dejado de ser una muerte en el movimiento para convertirse en una muerte en posición.

Comparados con los macroorganismos los microorganismos parecen ser todos estrategas de la r y así han sido considerados. Los estrategas de la K suelen tener éxito en situaciones de limitación de nutrientes. Cuando esto del virus ese pase ya sabemos lo que nos toca. Nada como el ajedrez para experimentar la diferencia entre estrategia y táctica. La táctica consiste en saber lo que hay que hacer cuando hay algo que hacer. La estrategia, en saber qué hay que hacer cuando no hay nada que hacer.

La táctica de las megacorporaciones genéticas en los últimos años ha sido echar el resto -en un ataque rápido y frontal- para intentar crear una situación sin vuelta atrás, ocupando un terreno de dónde no pueden ser desalojados, lo que los estudiosos de filosofía de la ciencia y la técnica llaman una tecnología atrincherada. Un poco como el “too big to fail” de las grandes corporaciones. Por ejemplo Europa ha adoptado la estrategia de la casa a medio construir: Uno empieza construir una casa sabiendo que resultaría demasiado costoso interrumpir las obras, y no tiene más alternativa que terminarla.

La llamada a los contramundos de la desaceleración está llegando algo tarde. Los aceleracionistas, los impacientes por acceder al futuro me cansan. Han dado forma, con sus prisas al mundo tal como lo conocemos. La DARPA (Defense Advancet Research Proyects Agency) creada en 1957 para recuperase del avance que habían tomado los soviéticos con el Sputnik, tenía como única regla la “innovación radical”, y la sola justificación de su existencia es “acelerar la llegada del futuro”. Se le atribuye Arpanet que acabaría siendo Internet, también el proyecto 57, que era para guiar misiles y acabó siendo el GPS. Ahora tiene el punto de mira en la interfaz cerebro-máquina. Eso sí que es acelerar la llegada del futuro.

“Fotografiamos las cosas para auyentarlas del espíritu. Mis historias son una forma de cerrar los ojos”. Kafka. Ante la pura masa de imágenes hipervisibles, no es posible cerrar los ojos. Cerrar los ojos es una negatividad, que compagina mal con la positividad y la hiperactividad de la sociedad de la aceleración. La coacción de la hipervigilia dificulta cerrar los ojos. Y es responsable también del agotamiento neuronal del sujeto de rendimiento.

Cuando mi padre me enseñaba a conducir, harto de ver lo despacio que iba cantaba a veces, cuando lo que estaba por delante era una recta, aquello de: 🎶🎵“Para ser conductor de primer, acelera, acelera… para ser conductor de primera, acelera el buen conductor”🎶🎵 Pues bien, ahora vienen curvas…

Historias de Paco Sanz ✍️

A ostia limpia…

Publicado el 16 de octubre de 2019.

Estos acontecimientos no habían pasado en España desde que yo tengo memoria; y tengo ya más de medio siglo. Nunca.

Ya está bien de aguantar a estos hijosdeputa. Hay que acabar con ellos… Ya.

Ni los siento, ni se sienten compatriotas nuestros; no son paisanos, no son nuestros amigos; no son más que una manada de perros, ni siquiera lobos, babeando de rabia ponzoñosa… Han perdido su cualidad humana, a fuerza de enterrarla bajo el odio, la ignorancia y el racismo más rancio y exacerbado.

Nos quieren echar de nuestras propias casas…

Y una mierda… ¡A por ellos!

Se están muriendo

Publicado el 21 de marzo de 2020.

Historias de Paco Sanz ✍️

Seis días desde que nos confinaron…

En mi entorno hay cientos de sanitarios que han pasado a la reserva. Acabo de recibir una comunicación del Colegio de Médicos felicitándose por tener tantos colegas que han salido de sus escondrijos y han dado un paso al frente. En el caso de los jubilados tiene doble mérito. Sé que a determinadas horas la gente jalea a los que siguen en el frente dando la cara. Incluso se ha dicho, pero ya en tono de broma, que habría que buscar también una manera de aplaudir a los maestros. Que nos permiten seguir queriendo como queremos a nuestros hijos.

En la Guerra Civil Española los alféreces provisionales cayeron como moscas. Terminé como alférez mi servicio militar. Pero nunca sentí que se ponía mi vida en peligro. Bueno, sí, una vez en un ejercicio con granadas. Tampoco he sentido estar sometido a mucho riesgo laboral en clínicas y hospitales. Para muchos ésto ya no va a ser así. He perdido dos compañeros cercanos. Uno de laboratorio, manipulando mal un placa de Petri con meningococos. Otro al que un paciente psiquiátrico “le entró” con unas tijeras. Pero nunca pensé que eso pudiera pasarme a mí.

¿Dónde está el frente? En el sufrimiento, claro. No hace falta ser budista para entenderlo así. Los que andamos siempre buscando el sentido de las cosas sabemos que el sufrimiento no tiene sentido. La responsabilidad moral frente al sufrimiento estriba en nuestra capacidad de prevenirlo, aliviarlo, acompañarlo y utilizarlo, huyendo de la fantasía de que con nuestra intervención podemos controlarlo en todos sus componentes, circunstancias e intensidades. Debemos evitar caer en el “encarnizamiento moral” que supone la fantasía y la voluntad de dar a cualquier precio un sentido al infortunio. El “hospital sin dolor” puede ser un objetivo, pero perseguir “el hospital sin sufrimiento” no deja de ser una falacia.

No hace falta tener conocimientos de medicina para presentarse voluntario en un hospital en tiempo de pandemia, hacen falta un par, y por decirlo con menos crudeza: Ser bueno. Porque, a ver, ¿qué es bueno? Ser valiente es bueno. Aunque todos los valientes no lo sean, claro. Pienso en los dictadores de los que más he sabido, en Franco y en Hitler. Gente con un par.

Dicen que Amazon no va a distribuir más el Mein Kampf. Es un libro estúpido, no se merece esa propaganda. Cuando lo leí me quedé con la idea de que ese tío era idiota. Sin embargo hay un pasaje del libro que no he olvidado: “El hombre que ha nacido para ser dictador no es obligado a ello; quiere serlo. No es llevado, sino que va por sí mismo. No hay nada inmodesto en ello. ¿Es inmodesto que un trabajador pida un trabajo duro? ¿Es presuntuoso que un hombre dotado de la elevada inteligencia de un pensador cavile durante las noches hasta dar al mundo una invención? El hombre que se siente llamado a gobernar un pueblo no tiene derecho a decir: si me queréis o me llamáis yo cooperaré. No, su deber es dar un paso al frente”.

Nuestros hogares se han convertido en refugios para la guerra microbiológica que está teniendo lugar… fuera. En ellos el frente es el aburrimiento. Sin embargo habría que entender mejor el aburrimiento. Aprender a dejar pasar las horas, a no sentirse mal frente al vacío. Éste no sería un aburrimiento en sentido etimológico (abhorrere, significa horrorizarse), sino un encuentro amistoso con uno mismo, o incluso compartido, durante el que se disfruta de la compañía de alguien sin hacer nada. Entre este aburrimiento y la tristeza y la depresión está el frente… en casa.

Historias de Paco Sanz ✍️

El independentismo pacífico

Publicado el 19 de octubre de 2019.

Y dale con el independentismo pacífico; que se vayan La Tres La Cuatro Telecinco y La Sexta a la mierda. La televisión a la mierda, veeenga…

¡Que no, que no hay independentistas pacificos, coooño…!

Los hay unos más cobardones, que dejan que secuestren y maten otros más bragados -locos, lumpen y psicópatas son quienes agitan el árbol de la violencia y el terror- para que luego ellos (los cobardones) puedan recoger los frutos del miedo esparcidos por el suelo de la sociedad cobarde que dejan tras su paso… Y así, con la Historia a su merced, resetean con miedo y mentiras el terruño a su conveniencia.

Esto ya lo hemos vivido. Ya hemos vivido la contaminación de sociedades enteras por el odio nacionalista: la Inglaterra victoriana, Alemania en los años treinta, el espíritu Yankee, Corea del Norte o Cuba, las Vascongadas e Irlanda del Norte, Yugoslavia Rusia, y ahora Cataluña.

Que no me hablen de rojos ni de independentistas buenos o malos, y que se vayan La Tres La Cuatro Telecinco y La Sexta a la puta mierda; o como se diga eso. Si eres rojo eres malo, y punto… Y la Televisión Española, a la mierda también por espantosa… 🤔

eeen fin.

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

HISPANIDAD…

Publicado el 9 de febrero de 2019.

Muchos de nosotros ni siquiera saben quiénes somos, o qué fuimos.

¿No nos da vergüenza…? ¿Qué coño somos…?

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Ignoramos nuestro excelso pasado, juzgándolo como necios con criterios de presente… Y eso Señores, es de imbéciles; de sociedades lerdas y ciegas.

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Este error maníaco, nos convierte en un pueblo insensato; atrapado en el bucle destructivo de la repetición de sus propios errores… Un vicio patrio, la ignorancia, que nos degrada a caterva humana, condenada a dar bandazos sin rumbo, sin alma ni orgullos comunes, sin tradiciones ni cultura propias.

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Tontamente atontados, por el brillo bobo de quincallas ideológicas con el que sibilinamente a muchos nos han abducido, asistimos inanes al infame oprobio de nuestros inmensos orgullos pasados; consentimos el necio desperdicio de nuestros valores presentes; y ni siquiera nos revelamos frente al seguro latrocinio de nuestro futuro común.

EL DESASTRE

Una mierda, parece importarnos el olvido y la ruina de nuestra Historia.

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Y ésto lo estamos consintiendo justo delante nuestros morros: sin luchar. Como que miramos para otro lado; rebañudos. Sin reacción, cual estafermos que sin moverse del sitio, solo giran sobre sí mismos al ser embestidos con saña una y otra vez; golpeados una vez tras otra.

Encajamos como borregos, los constantes insultos con los que intentan amedrentarnos y someternos tan sólo un puñado de orates, mequetrefes morales… Son imbéciles, no lo olvidemos. Unos, solo son zurdos y ciegos de ideas, el resto son nacionalistas zombis; embrutecidos ambos por su violento pasado y sus odios propios.

HISP TERCIOS

Al igual que avestruces, rendimos escondiendo la cabeza frente a la ignominia, para que no nos llamen acaso fachas, patriotas, o españoles.

Si olvidamos, todos perdemos.

«filo y lumbre…»

…es todo lo que necesita un humano.

HISPANIDAD

HISP TERCIOS

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Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

TIRICIA

Publicado el 24 de octubre de 2020.

El hecho de cruzarnos con gente casi sin rostro, enmascarados de mirada gacha, esquiva o ensimismada, nos está acostumbrando a algo así como lo que se debe sentir al cruzarse -y tener que interactuar- con uno de esos inquietantes robots cinematográficos cuasi humanos… Es como el miedo, diríase que una especie de leve repulsa o de extraña tiricia, que actúan como freno irremediable ante la posibilidad siquiera del mero contacto físico con un prójimo ajeno.

Repasaba el expositor de los quesos en el supermercado, cuando al girar la vista a mi izquierda tropecé con la hermosísima mirada de los ojos de Manuela; pese a las mascarillas, noté que ella también había reconocido los míos de inmediato. En su mirada gris verdosa leí alegría sincera, sorpresa, alborozo y hasta cierto rubor… ¡Cuánto tiempo, qué bien te veo…! Sé que me lo dijo algo socarrona detrás de su mascarilla, y pillandole yo la broma y sonriendole detrás de la mía cogí su mano y la levanté, me separé un poco de ella con intención de piropearla, y haciéndola girar como que bailando le dediqué una miradita lenta y de alto en bajo…

— ¡Pues anda que yo a tí…! le respondí enmascarado guiñándole un ojo.

Sólo la mirada para comunicar la intención. Esas miradas solitarias; besos sin dar, abrazos castrados, amagos de gestos cariñosos que se quedan sólo en éso: gestos y amagos… Se te va sin querer un guiño cálido, una mueca apenas de la intención al menos de querer abrazar, de dar la mano, o de chocar las palmas… Pero nada, lo reprimes, porque no sabes si la otra persona quiere o no ser tocada.

Estamos perdiendo la cualidad de lo espontáneo al aceptar sin rechistar, esta forma forzosa de autismo gestual y emocional al que estamos siendo sometidos con el uso obligatorio, de las putas mascarillas y el mantenimiento del jodido distanciamiento social.

El uso masivo de mascarillas está causando unos estragos en la sociedad tan trágicos que pareciera, que las propias mascarillas son más peligrosas que el sentimiento mismo de tragedia que nos provoca el número de muertos que está causando el mismísimo coronavirus…

Mierda de bicho.

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

¿Qué era aquello…?

Publicado el 23 de noviembre de 2016.

Yo la vi. Oscura, cada vez más y más grande al acercarse, sucia e informe. ¿Qué era aquello…? De repente la playa se llenó de extraños. En aquella época no había turismo en Guardamar como lo conocemos hoy -cuatro gatos aparte de los que veraneábamos- y éramos casi todos del pueblo: los Galí, Balín, Paco el caballero, Pepe Barrera, Santi Soto, yo…

Los extraños se arremolinaron en semicírculo frente a la playa, pero como escondiendo algo…

También de repente, una imagen que no habíamos visto nunca: hombres rana que ahora parecerían ridículos por su primitivo equipo, emergían a unos veinticinco o treinta metros de la playa quitándose trabajosamente sus escafandras. Mientras, los extraños comenzaban a advertir a los bañistas de que se alejasen por precaución.

Por la mañana fuimos nosotros en el primer baño matutino, los que descubrimos esa mancha oscura y como circular, entre la playa y la línea que delimitaban las boyas de señalización.

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Buceábamos, temprano, en una mañana radiante de mediados de septiembre en la que el verano languidecía. El agua estaba fría, muy fría, y era el mejor momento para recoger unas enormes almejas a unos cinco o seis metros de profundidad, semienterradas en la arena del fondo, a la altura de las boyas.

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Nos asustamos, todo hay que decirlo, y no poco… No sabíamos qué podría ser esa cosa; no parecía el típico montón de algas enmarañadas por el oleaje flotando a la deriva; tampoco se parecía a ningún banco de peces pastando cerca de la orilla… Nos atrevimos apenas a acercarnos a unos cinco o seis metros, lo suficiente para advertir unas extrañas e inquietantes protuberancias cilíndricas. Manolo Galí -el más bragado de todos nosotros- fue el único que se atrevió a tocarla… Bueno, apenas la rozó, pero era algo a lo que no nos hubiéramos atrevido ninguno salvo él. Su tacto duro, rugoso y metálico según nos dijo, no hizo más que aumentar nuestra curiosidad y también el temor que empezábamos a sentir respecto a aquella cosa. ¿Qué era…?

Una vez satisfecha en parte nuestra aventurera curiosidad por esa novedad extraña en el tramo final de nuestras vacaciones estivales, corrimos a contar nuestro hallazgo… Tras el inicial revuelo, recuerdo como el padre de uno de nosotros tras comprobar con evidente alarma nuestro descubrimiento y salir del agua apresuradamente, corrió al restaurante Valentí en busca del único teléfono que había en las inmediaciones… Al poco, empezó a llenarse la playa de extraños.

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A mediodía y tras un frenético ir y venir, comenzaron a llegar guardias civiles uniformados, lo que contribuyó todavía en mayor medida a aumentar nuestra curiosidad por el suceso. Dos o tres de los hombres rana se sumergieron de nuevo con la, nos pareció, evidente intención de sacar esa cosa a la playa.

Nuestra sorpresa aumentó más tarde al comprobar cómo un barco militar se situó cerca de la playa maniobrando durante un par de horas hasta que “eso” -que no pudimos ver claramente debido a la distancia a la que nos encontrábamos- comenzó a flotar enganchado con algo parecido a unas cadenas diría que también flotantes, y era remolcado por el buque aguas adentro hasta casi perderse de vista…

Más tarde, cuando primero vimos y luego oímos la detonación, supimos que se trataba de una mina explosiva procedente de quién sabe qué lejana refriega de nuestra infausta guerra civil.

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…eeen fin. Cosas del verano…😳🙄

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

Susto o Muerte, y autostop

En los doce meses que estuve en el ejército, creo que ni una sola vez volví a mi casa desde Madrid de otra forma que no fuese haciendo autostop. Cuatrocientos cincuenta y pico kilómetros… Había que ahorrar. En aquella época aunque ni soñábamos con teléfonos móviles, se podía viajar así sin problema alguno; y más, si tenías veinte años e ibas impecablemente uniformado con el traje «de bonito» de Cabo de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra… Eso del uniforme, daba digamos que confianza al que te paraba en la carretera y te ayudaba a volver o a irte de tu casa; y a veces, hasta ligabas y todo por ahí con él puesto… Eran, otros tiempos.

Esa noche se me había hecho bastante más tarde de la cuenta, y después de más de diez horas dando tumbos por la carretera estaba ya en Orihuela pero todavía a catorce kilómetros de casa. Salía caminando de la ciudad; eran ya bastante más de las once de la noche y hacía frío; quería llegar cuanto antes… Llegué a La Corredera, y andé buscando alejarme de la ciudad lo bastante hasta que me situé bajo la luz solitaria de una farola. Dejé el petate en el suelo y cansado, me senté en cuclillas al borde de la acera esperando el paso de un vehículo que me terminara de llevar al pueblo.

En ese momento, allí tirado, me acordé de mi padre cuando decía aquéllo cada vez que me veía llegar los viernes por la noche: «¡Nene, coño, vienes el viernes por la noche para irte de nuevo el domingo por la tarde…! ¿Me puedes decir qué coño tienes que hacer aquí tan importante…?»

Y tenía toda la razón del mundo: era cosa de un coño aquéllo tan importante que me traía de vuelta al pueblo cada vez que me daban la suelta los militares, pues claro que sí. ¡Coño si era importante…! Ya te digo… A mis veinte años aquella Señora me traía loco y se ve que yo a ella también, porque cuando mis colegas andaban de discoteca en discoteca por ahí todo el fin de semana, yo me lo tiraba entero en su casa como un sultán… «Algo tiene el agua cuando la bendicen…» o «Tiran más dos tetas que dos carreras…» o cosas así; cosas aquéllas las de la juventud…

Salí de mis pensamientos, y girè la cabeza un poco a mi izquierda cuando vi por el rabillo del ojo unos faros acercarse; me levanté, estiré un poco mi uniforme y saqué el dedo. Recuerdo, cómo deslumbrado por las luces blancas distinguía el amarillo del intermitente derecho parpadeando, señal inequívoca de que el coche aquél iba a parar. Cogí el petate con mi mano izquierda sin dejar de hacer autostop, cuando el vehículo llegó a mi altura y se paró unos metros más allá de donde yo estaba… Era un impresionante Mercedes negro azabache silencioso e inquietante, con embellecedores cromados, impoluto, brillante, pulido; esperándome… Recuerdo el sonido del intermitente amarillo y mis dudas antes de subir: tactac, tactac, tactac… y las intensas luces rojas de los frenos, y que me recorrió un pequeño escalofrío…

El problema, era que tan imponente Mercedes era ni más ni menos que un coche fúnebre, y claro, era ya muy muy de noche, muy tarde, hacía mucho frío, y estaba solo y muy cansado…

¡Uuufff…! 🙄

No digo que me quedé muerto pero un poco parado sí; y no voy a decir que de miedo me cagué encima pero un poco sí me acojonó, me impresionó, sí… Y sí, ahí estaba, delante mío, un jodido coche de muertos parado y esperándome para subir en él: tactac, tactac, tactac... ¿Habéis subido alguna vez en un coche de muertos…? Pues eso… ¿Todo un poco lúgubre no…?

Me acerqué poco a poco, despacito, desde atrás, y me situé con cuidado junto a la puerta derecha asomándome como que precavido por la ventanilla, cuando de repente el conductor la bajó y con una sonrisa que me pareció de enterrador, al ver mi cara dijo:

— ¡Jáaajajaja…! No te preocupes chaval, es sólo un coche; yo llevo a mis hijos todos los días a la escuela en él. ¡Venga, sube que te llevo…! ¿Dónde vas…?

No puedo más que darle las gracias al tipo aquél, ya que no paró de hablar en todo el trayecto y me contó casi entera su vida: era, lo que hoy llamaríamos un autónomo del negocio funerario, se ve que un freelance de «la cosa…» Cuando llegamos al pueblo también di las gracias por lo tarde que era, no fuese a ser, que álguien conocido me viese bajar de un coche de muertos a las puertas mismas de mi propia casa y a semejantes horas… Y claro, le pedí al conductor que parase un poquito antes. 😂🤣

…eeen fin.

Gracias por leerme 🙏💕

¡Qué cosa la memoria…!

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

LA VIDA

Publicado el 26 de noviembre de 2016.

Mi primer relato.

¡¡Antooonio…!!

El grito de terror nos hizo dar un respingo a todos; eché a correr alarmado por el pasillo mientras su madre salía hasta el umbral de la puerta del dormitorio, con la niña en brazos, inerte, amoratada por el atragantamiento… Me la entregó suplicante, aterrada; ocho días de vida colgando flácidamente de sus brazos. Mientras la tomaba en mi regazo un regusto de impotencia desgarraba mis entrañas. Frenéticos, corrimos hasta el coche. Hice el ademán de entregarle la niña a mi hermana para ponerme rápidamente al volante; pero fue muy evidente la expresión de gravedad en su cara:

— Es tu hija… Yo conduzco.

Era conmigo con quien mejor podía estar en este trance. Posteriormente me confesó que al verla tan mal, pensó, que lo que tuviera que pasarle a la niña era mejor que le pasase en mis brazos.

No respiraba; sólo podía yo susurrarle mimos cariñosamente pero de forma entrecortada debido al pánico y al llanto; sólo podía darle ánimos, hablarle, rogarle, acunarla… Era tan, tan pequeña, que no encontraba forma alguna de ayudarla. Estaba aterrorizado tratando de hacer algo por ella cuando casualmente, descubrí que soplando suavemente en su carita, de forma refleja la niña intentaba aspirar aunque de forma muy muy tenue… Pero estaba viva.

No respiraba; apenas inhalaba pero continué soplándole suavemente, intentando acompasar mi ritmo con el de su hálito trabajoso. Solo algunos gestos vitales apenas perceptibles, casi estertóreos… Pero estaba viva… El pánico invadía hasta mi último resquicio, aumentando la presión de mi miedo hasta límites que no había experimentado nunca. He visto la muerte varias veces, también la violencia y el delito; he visto la droga, el desamor y la decepción, pero jamás el miedo había impregnado de ese modo mi ánimo.

Entramos en el ambulatorio como una exhalación, tropezando; cegados por las lágrimas y por el espanto y dando alaridos, implorábamos una ayuda que sabíamos imprescindible para salvarle la vida. Ya llevaba varios minutos en apnea, y su color macilento y la casi completa atonía de su cuerpecito evidenciaban lo crítico de la situación.

Recuerdo las miradas de estupor del personal del ambulatorio al ver el estado de la niña y el del padre… Pude detectar la renuencia lógica de la mayoría de ellos, al ver a la diminuta criatura que yo les llevaba casi muerta. Era evidente que no querían cargar con la posibilidad de que «eso» sucediese en sus manos.

Alarmado, salió a nuestro encuentro un doctor veterano (el Dr. Rodríguez) a quien entregué -yo rendido y empapado en llanto- el cuerpecito de mi bebé… El intento de sondarla para proporcionarle oxígeno fue inútil; era demasiado pequeña para utilizar ese catéter o cualquier otro instrumental del que disponía. Un rictus de impotencia y temor asomó también en la cara del doctor.

¡¡¡ Dios mío…!!!

Finalmente, como último y creo que como único recurso, el doctor inició unas simples maniobras con los bracitos y una serie de masajes en el vientre. En ese momento la niña rompió a llorar… Me sorprendí, sonriendo a lágrima viva; me sonó extraño, sólo la conocía ocho días.

Y en ese mismo momento también, digamos, que presentí algo así como a Dios.

Había estado muchos minutos -parecieron horas, lo juro- sin emitir sonido alguno y casi totalmente inerte… la niña lloraba y eso significaba que había conseguido llenar sus pequeños pulmones de aire. Reaccioné, arrancando brusca e instintivamente la criatura de los brazos y cuidados del doctor con la intención de llevarla cuanto antes al hospital.

Al principio el doctor se sorprendió de lo impulsivo de mi acción pero inmediatamente y sin decir palabra, comprendió que mi intención era también la mejor opción: había estado demasiado tiempo en apnea y era imprescindible hacerle otras pruebas imposibles de realizar allí; y la mejor y más rápida ambulancia en ese momento era su padre.

Balbuceando y envueltos en lágrimas dimos las gracias y a trompicones, salimos a toda prisa hacia el hospital. Podría haber muerto en mis brazos, peeero…

eeen fin.

Gracias a Dios, la niña hoy tiene dieciocho años y es uno de los más grandes amores de mi vida.

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

Como Corea del Norte

Se ha vuelto loco. La otra tarde tropecé con un vídeo del grupo socialista reunido en pleno a mayor gloria de Sánchez. ¡Qué miedo da…! Parece un vulgar peronista, un Maduro chavista, o un Kim Jong-un cualquiera. ¡Qué vergüenza…! Ésto no había pasado en democracia nunca, nunca de forma tan vergonzosa, se había atrevido nadie a usar La Moncloa con tal desfachatez. Canalla.

Y no se vayan todavía, aún hay más…

¡Qué miedo da…!🙄😳

…eeen fin.

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

Pastor-Ferreras

Tal y como está de moña el mundo y con tantos años que ya tengo, seguramente parezco un machista patriarcal, además de facha y misógino, homófobo, retrógrado y carcamal. Un verdadero ogro… Peeero, como la culpa de todo la tuvo Franco, yo digo y hago lo que me da la gana. ¿No…?

Es mujer, la Pastor, de piernas imposibles. ¡Cóoomo las cruza ante las cámaras y tu mirada…! Yo, creo que es imposible -entre comillas- que esas piernas, puedan encontrar acomodo entre las hechuras de un tipo al que la barriga no le permite cruzar las suyas, siquiera sentado en un confortable sillón ante las cámaras de su Sexta.

Un tipo que parece su padre y que seguramente no se la ve al mear a no ser que meta pa’dentro la barriga esa, o se incline un poco de lado…

«Mucha maceta, para tan poca flor…» que decía el clásico. O «Poderoso caballero Don Dinero…»

…eeen fin.

Estoy escuchando a Ferreras y a Pastor, y estoy pensando que tanto ellos como su relación son una mentira más. Una gran mentira cornuda, televisiva y roja… Son La Sexta y todo Atresmedia, sin duda, un cúmulo de productos ideológicos no periodísticos. No son un servicio público. No son un cuarto poder. Son algo, que está pensado para que consumamos por hartazgo… Ideología hasta en la sopa para que la sociedad se la embaule tramposamente.

Ideología.

Y esta pareja de gañanes morales y su Sexta, son una vía trilera para comunicar mentiras, para sembrar sequía mental, sedición y quiebra moral… Peeero, para comunicar al fin y al cabo. Eso lo hacen bien.

Ferreras y Pastor. Eva y Perón. Pablo Iglesias y la casi trillizos. La Viejita y Errejón. Franco y Doña Carmen. Rivera y Arrimadas. Begoña y Pedro. Y ahora, Pedro y Pablo… Es como si hoy para ser político tuvieras que mostrar tus calzoncillos recién quitados…

¿Ésto qué coño es: peronismo, hipocresía…? ¿Estamos tontos o qué…?

Este vídeo no lo verás por ahí… Pincha aquí 👁️

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.
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La bicicleta

Publicado el 26 de febrero de 2020.

Era genial. Con seis años, veía a mi padre cual superhéroe llevándome en volandas de aventura en aventura por ahí… Era capaz de meterse por la estrechez de casi cualquier recoveco conmigo, sentado en el macho de su bicicleta. Yo, absorto, miraba hacia abajo mis pies colgando del lado izquierdo del marco; y a los suyos pedaleando; y al camino, que parecía hacerme guiños arrugándose bajo nuestro paso… Todos, nos hemos quedado mirando alguna vez a la carretera cuando pasa bajo nuestro.

El contraviento del aire a su pedalear cadencioso, y la sombra protectora que a mediodía proyectaba su cuerpo al agarrar el manillar inclinándose sobre mí, refrescaban mi ánimo ante el sopor de aquellas tardes de faena y huerta, con mi padre.

¡Qué maravilla a mis ojos aquellos viajes de no sé cuántos kilómetros…! No había cosa mejor que me pudieran proponer, que subir por las tardes con mi padre en su bici. Sentía algo así como la sensación que evoca esa mítica escena cinematográfica, de unos enamorados con los brazos abiertos y en la proa de un barco. El viento en tu rostro y en el suyo; al frente la aventura y un paisaje maravilloso; y tu amor detrás, cuidando de ti… Mi padre.

Los cañaverales a los lados de las veredas por las que pasábamos, recuerdo que parecían, desde mi perspectiva, correr en nuestra contra. Y a veces se estrechaban tanto las sendas a nuestro paso, que las hojas volcadas de aquellas cañas golpeaban como pequeños látigos en los brazos fuertes de mi padre.

Y sus fuertes brazos a cada uno de mis lados, eran mi mejor refugio; pero no le gustaba que me agarrara a ellos mientras montábamos, porque así peligraría nuestro sutil equilibrio… Y por ello, debía asirme fuertemente al manillar, aunque fuera peligroso. Aquel manillar con frenos de varillas de hierro, podía darte un buen y pellizco en los dedos si te descuidabas. Cosa que yo, ya sabía por experiencia.

Y no podía descuidarme, porque ir en bicicleta así con él era realmente cosa de dos, por pocos años que yo tuviera. Me acuerdo bien. Hoy, los niños, van siempre en bicicleta creemos que protegidos por una especie especial de cesta o de jaula; y casi siempre en la parte de atrás de la bici… Con casco, cinturón, coderas y rodilleras. Yo, los he visto con un teléfono móvil fijado a la parte de atrás del tubo del sillín de su papá, y ellos solitos conectados a unos auriculares viendo Bob Esponja. Y hasta con un protector bucal.

Convendréis conmigo, que para un niño no es lo mismo ir delante o detrás en una bici. Y se va mucho mejor delante, sin auriculares y sin protector bucal; os lo aseguro.

Tenía mi padre una relación especial con la tierra que lo había sido del suyo. Y como le gustaba volver a casa razonablemente limpio, se quitaba en la intimidad de su huerto casi toda su ropa de calle.. Lo primero que hacía si era verano era quedarse en cueros, solo a calzón puesto. Y en calzoncillos, tranquilamente, dejaba que el polvo de su propia tierra, el sol, y las ramas de su propio huerto, mancharan, doraran y arañaran su piel… Y empezaba la faena. Cuarenta y tantos años y con una agilidad felina, se movía entre la maraña de arañazos de las ramas de nuestro huerto.

Y ahora, voy a por una mascarilla y a ponerme un supositorio, pero no por miedo al contagio sino por asco… ¡Qué asco, cuánto miedo…!

…eeen fin. Que no os engañen…

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

¡Viene el coronavirus 😱!

Publicado el 31 de agosto de 2019.

Miedo a vivir…

El café sin cafeína, el lenguaje políticamente correcto, el creer que se puede comer sin engordar, la cerveza sin alcohol y la leche sin lactosa, también las hamburguesas vegetales, los teléfonos inteligentes o el sexo seguro, y por supuesto el querer soplar y sorber a la vez, están cambiando el mundo.

El otro día cerraron una playa, no sé dónde, porque alguien encontró una medusa; una… Eso sí, francamente peligrosa; una carabela portuguesa según dijeron algunos listos. Una especie de medusa aquélla, casi imposible por nuestros mares porque es oriunda de nuestras antípodas; peeero, el miedo es como el culo y cada uno tiene el suyo… Dos días tardaron, en volver a permitir el baño al rebaño. Menos mal.

¿Y las olas de calor…? Hasta hace algunos años yo no había asistido a ninguna; de niño nunca; se ve que en que en aquella época el sol estaría más lejos; o se sudaba menos; no sé… ¿Pero ahora…? Toma, tres tazas; una ola de calor cada quince días durante tres meses. Pues eso.

¿Y la gente…? Que oye no sé qué coño del glúten y ¡Ostiaaas! ¡Cuidado con el glúten! ¡Medio mundo celíaco…!

Coño, que vemos un celíaco y parece como que mola; como que está de moda o bien el serlo o el quedar como un histérico alimentario. Voy a quitarme eso del glúten, no sea qué…. Igual adelgazo o se me pone la piel fina; o el éso duro. O a lo mejor me transformo en hermosa alevilla ligera, o quizás en bella candelilla luminosa… Y es casi seguro que hasta logro ¿porqué no? alargar mi senilidad seis u ocho años más.

¡Cuaaanto tonto…!

¿Y la carne…? ¡Ni se te ocurra porque morirás…! O bien de pena por el bicho muerto, o bien de exceso de colesterol, o bien cuando te revienten las venas de tanto llevar cuidado con las arterias… La solución: el forraje.

Oootra vez el rebaño.

¿Y la listeria…? ¡Que se han muerto tres o cuatro de eso joder…! ¿Y el coronavirus…? ¡Que la gente se muere coño…!

Siempre siempre, y desde siempre, teníamos la obligación de de lavarnos las manos después de cagar. No sé a qué tanta alarma y semejante histeria.

¿Y ahora, qué hacemos con el rebaño…?

¿Qué hacemos ahora que hemos sembrado tanto miedo a vivir, eh… qué hacemos?

Y recordad:

POLÍTICOS NO, EXPERTOS SI…

Que no nos engañen 🤔Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

E.T. el extraterrestre

Publicado el 28 de julio de 2019.

Están locos estos humanos.

Que si la muerte o la vida; la fiesta y la muerte. Un truhán o un señor. Ésto o lo otro; vienen, van. Salvación o infierno; el bien y el mal… El día del sol, o la noche de la luna; cara y cruz. El hombre y la mujer…

No hacen sino copiarse; repetir a sus madres, replicarse en sus hijos. Nada nuevo bajo este sol.

Muy inteligentes, eso sí.

Uno por uno, al observarlos detenidamente como individuos vivos hemos de reconocer que son absolutamente maravillosos; y gracias a la muerte también son casi biológicamente perfectos. Polvo de estrellas enormemente valioso… Están compuestos por buena parte de la totalidad de los elementos de la tabla periódica; y son, muy eficientes en su funcionamiento fisiológico; y lo son, durante casi cien de sus posibles años solares de vida… Una especie muy bien adaptada sin duda.

Pero hay cosas que ya no entendemos. Se creen, como predestinados o inducidos, conducidos o empujados, constantemente obligados a elegir o a creerse que eligen algo… Una y otra vez parece que desde el inicio de los tiempos caen, en la trampa vital de creerse libres.

Mira, que llevamos ya un par de miles de sus años solares observándolos, pero no sabemos qué tipo de miedo cerval colectivo, o qué retorcido impulso natural intrínseco empuja inexorablemente al abismo a esta extraña tribu humana que ahora nos ocupa. Ésta a la que en particular observamos y estudiamos, para intentar entender con detalle científico al conjunto de la especie que devasta este planeta, que hoy nos toca salvar.

Se devoran, se depredan entre ellos… Siglos solares, milenios llevan conquistándose y siendo conquistados en un estúpido y estéril empeño fratricida de acabar consigo mismos; robándose o matándose; enamorándose y traicionándose; escondiéndose o mintiendo… Pero a la vez sabemos de su enorme capacidad para cosas tan extrañas, como eso de amarse con locura…

O de su habilidad de comunicarse sin tecnología haciendo palmas simplemente; de gestionar la incertidumbre y el riesgo; de emocionarse hasta apasionarse. Juegan con la mismísima muerte a los toros y crean, con esa misma muerte conceptos como familia, historia, fe, orgullo o arte… Fabrican tanto guitarras como navajas. Impredecibles, capaces a la vez de lo mejor y de lo peor, incluso a veces creen saberse felices… Música, amor, envidia, la risa. Conceptos éstos y aquéllos que desde nuestro evolucionado y exacto punto de vista racional, hemos de reconocer que ya no logramos comprender en su puridad científica.

Cual máquinas biológicas cuasi divinas y con solo su primitivo ingenio, la totalidad de esta especie humana está rozando las honduras de una ciencia, la nuestra, para la que sabemos que todavía no están en forma alguna ni mental ni intelectual ni moralmente preparados.

Pero dan como que envidia porque todavía no han perdido eso... Ahora están en ese crucial momento evolutivo en el que aún, no han olvidado que el sexo o el fuego, el caos y lo violento, el choque o la explosión, los cataclismos y la ignorancia impulsan y son a la vez energía y motor de éste nuestro Universo… Algo, que nosotros olvidamos hace ya milenios al dejarnos guiar solo en pos de la seguridad de nuestras tecnologías.

Y ellos están empezando -como hicimos nosotros- a olvidar su Historia arrumbada entre tanto cachivache tecnológico. Y claro, comienzan a tener tanto miedo que no pueden -les es casi imposible- discernir nada con claridad, con sensatez o con cierto grado de seguridad.

Siempre como espiritualmente ahítos, ora de un atracón de ocio mendaz ora de una panzada de multimedias basura. Saturados de wikipedias torticeras; henchidos de datos corruptos; hartos hasta la arcada de vídeos y opiniones de famosos listillos, fantoches y youtubers, juaneslanas o somierdas…

Todo completamente vacío; carente de cualquier valor al que realmente poder aferrarse tan solo con las manos.

Tal y como nos pasó a nosotros en aquella época ya olvidada, en la que perdimos ese poder mágico que se generaba al juntar al calor y amor de una pequeña fogata a familias amigables contando historias.

…eeen fin. Están locos estos humanos.

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

Un vicio…

Publicado el 14 de julio de 2019

Es, diríase un vicio verdaderamente adictivo.

Salgo por ahí y sin en realidad buscarla, la encuentro siempre casi por pura casualidad… Noto que me excita; voy descubriendo que me gusta el oír de ella y el mirarla muy muy de cerca; observarla cual entomólogo; con la máxima precisión posible. Luego, busco un motivo.

Y me paro. Pero me paro a esperar esa inspiración, ese momento que me empuje a hacerlo; a saltar sobre ella; a asaltarla… Y así pueden pasar días, una semana, o tres; o meses… Una especie de juego de gato y ratón; siempre detrás de ella; al acecho constante.

Así, excitado, la sigo siguiendo todo el tiempo que haga falta curioso e implacable; y muy muy de cerca. Oliéndola. Palpándola si es posible. Oyendo de sus ruidos hasta los latidos al acercarme al máximo, al máximo posible de cualquiera de sus detalles. Estudiándolos, todos, para conocerlos a fondo y así una vez que me entregue a la faena, saber tratarla como se merece…

Y me decido por fin a degustarla; y después de abordarla y hacerla mía, entregado, comienzo sin piedad como a despedazarla estudiándola; rebuscándola en sus recovecos; regustándome en los detalles íntimos de sus entrañas… Y escribiéndolos.

Y sin miramientos, aunque despacio, la voy como si fuera cortando en trocitos de ella misma cada vez más y más pequeños… Y esa disección curiosa, concienzuda y lenta, satisface mis apetitos de poseer, al anotarlos, algunos de sus secretos.

Secretos que puedo así comprender e intentar expresar aquí con claridad, con precisión, y acaso a veces hasta con garbo… Y si además acierto en la expresión de aquellos secretos, creo, que consigo algo así como una rara forma de verdad, o de justicia; o quizá sólo son tonterías mías.

Y continúo…

Cuando empiezo, ya no puedo parar una buena historia.

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras
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Murieron tres

Publicado el 24 de abril de 2019.

El revolcón de aquella bestia metálica, esparció los cuerpos de mis hermanos como las esquirlas de la desgracia de una tragedia.

Y seguía lloviendo.

Desperté aturdido; tardé, en darme cuenta de que estaba tumbado en una estrecha camilla, de aquellas de hierro y lona verde; en la parte de atrás de un furgón. Olía mal.

Oscurecía cuando sucedió. De forma borrosa y embotada solo podía percibir la penumbra raquítica, mortecina, de algún piloto encendido en el interior lúgubre de aquel vehículo. Alarmado, me di cuenta que pese a que me esforzaba, no podía enfocar mi vista con nitidez. Intenté incorporarme cuando me detuvo, en seco, la puñalada de un dolor infame que me traspasaba la cabeza.

Y recordé el golpe en la cabeza; los golpes… Como dados en un cubilete de hierro, sacudidos por una mano implacable.

Ensartado por ese dolor en mis sienes tuve que dejarme caer, lentamente, cerrando y apretando los ojos. Así, intenté evitar esa punzada que se me atornillaba en la cabeza. Encerrado en la completa oscuridad de mis párpados, de nuevo tumbado, crucé las manos descansándolas sobre el pecho y comencé a controlar mi respiración. Pretendía relajarme y aplacar tanto aquel dolor como la ansiedad y el espanto que iba cada vez más provocándome, el ir recordando lo sucedido.

Dieciocho toneladas blindadas de hierro bruto, y al menos otra por cada una de sus seis ruedas macizas, hicieron ceder aquel funesto camino de tierra por el que, en hilera, cruzábamos una pequeña vaguada. Cerrada la curva a la derecha; también el precipicio. La lluvia llevaba muchos días encargándose del sabotaje de empapar y ablandar aquella senda de mierda… Lluvia asesina, esperando emboscada nuestro paso faltal.

Maldita lluvia.

Cuando casi la mitad del monstruo metálico tenía ya sus dos primeras ruedas fuera y a salvo de la puta curva, aquel castigado camino empezó a ceder, derrumbándose, haciendo inútil la tracción del resto del acorazado. La mole comenzó a caer por la pendiente volteando sobre sí misma, retorciéndose en un doble mortal y medio macabro.

Cinco segundos y dos violentas vueltas completas para quedar de nuevo en pie, allá abajo, incólume; tambaleándose sobre sus seis poderosas ruedas… Abollado el monstruo por los tremendos golpes, reventadas y abiertas todas sus escotillas, quedó situado en medio de un caos de escupitajos humanos arrojados cual muñecos a través de aquéllas.

Un incómodo pitido zumbaba inmisericorde en el interior de mi cabeza. Apreté mi nariz y presioné, y después de notar esa descompresión que nos alivia el oído interno, pude apenas comenzar a escuchar un pandemónium de carreras, motores, gritos, lamentos, blasfemias… De fondo percibía los sonidos del crepitar de unas grandes hogueras, cuyos fulgores a través de las ventanillas pude ir distinguiendo a medida que recuperaba la nitidez de mi vista maltrecha. El retumbar doloroso de los latidos de mis sienes también fue cediendo, por lo que para pedir ayuda intenté gritar. Solo, pude emitir una especie de patinazo vocal, un extraño gallo desgañitado.

Y en ese momento me di cuenta, de que no estaba solo en aquel vehículo… Envuelto en la penumbra escuché un estertor; un intento de voz ahogada. A la vez, paralizado sentí el palpar lento de una mano en mi pierna izquierda. El susto y la impresión helaron mi alma.

— ¡Ayúdame…! Creí entender.

Me incorporé, no sin dificultad, para descubrir espantado que a mi izquierda tenía un compañero de infortunio, y que éste, estaba horriblemente aplastado de cintura para abajo. Sangre y humores borbolleaban desahuciando su cuerpo empapado. El golpear de aquella bestia, en su caída, había aplastado sus piernas, sus caderas, sus costillas; se moría desangrado, reventado, asfixiado.

Al momento, le reconocí.

Hacía poco más de un mes era para mí un completo desconocido. Ahora, me veía obligado por el destino a contemplar su muerte. Diecinueve años. La fatalidad me había convertido en la última persona de su vida; el responsable de cumplir con su deseo postrero:

— ¡Ayúdame…!

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Hice el ademán de salir del vehículo con la intención de pedir esa ayuda, cuando, suavemente, agarró mi mano con toda la fuerza de su última súplica:

— ¡No, no me dejes solo…!

Me lo dijo sereno.

Unos segundos tardé, conmovido hasta el tuétano, en soltarme con mimo de esa mano y volver a tumbarme. Mi cabeza junto a la suya. Llorando en silencio, le abracé, deslizando con cuidado mi brazo izquierdo bajo su cuello. Y volví a tomar, con mi mano derecha, la suya que agarró la mía, ensangrentada.

Así, apagándose, y cogidos de la mano, empezó a susurrarme una retahíla de recuerdos ya turbios, deslavazados: varias veces mentó a su Madre; me contó de un viaje en moto con una tal Lola; dijo no se qué de Villena y de un hermano; y hasta me quiso hablar, creo, que de el mar.

Parecía no tener miedo.

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Como recitando una letanía de sus cosas más queridas, fue consumiendo su hálito último tras el que soltó, con la languidez del óbito, mi mano.

– Gracias… Le oí.

Y gracias a ti Romerita.

muerte en las hurdes

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

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el dentista…

Publicado el 28 de febrero de 2019.

Ese tercer pinchazo sí me dolió; en el paladar; ya me lo había advertido. Más que tumbado volcado; casi cabeza abajo aunque boca arriba en aquel sillón albino… Mi carrillo izquierdo estirado con ahínco y mis manos crispadas, agarrándose al miedo; el resto de mi cuerpo contorsionado retorcido y rígido.

Una lágrima diríase contenida, solitaria, asomó tímidamente por la comisura exterior de mi párpado derecho; se deslizaba lenta, como buscando recogerse en el cuenco de mi oreja. No sé cuál sería la razón de aquella lágrima, si el dolorcito picante de aquel último pinchazo, tal vez los nervios, quizá la tensión muscular, o seguramente el puro miedo… Tampoco sé, si alguien se dio cuenta de tan minúsculo detalle.

Mis ojos decidieron no abrirse, eludiendo el asistir al truculento espectáculo de ver manos introduciendo artefactos espantosos en mi boca; los mantuve cerrados encomendándome a aquéllas. Manos duchas, que trajinaban con pericia la mitad inerme de mi cara como harían con una vulgar carrillera de chancho. Carne y hueso, insensibles a los agresivos manejos de aquellas manos que abrían cinco centímetros en canal mi encía superior izquierda, para luego introducir tres tornillos metálicos en no sé qué parte de mi hueso maxilar… Ufff… Todavía me mareo casi, incluso al escribirlo.

Tengo cincuenta y dos años y no puedo evitarlo, es un pánico irracional, instintivo, real para mí; cuasi infantil lo reconozco; canguelo puro, puro miedo. Un miedo estéril; lo sé…

Hoy los dentistas no provocan dolor, y es evidente que desde siempre han contribuido a aliviar precisamente uno de los peores, de los más implacables.

La humanidad ha recurrido a los mañosos sacamuelas desde tiempo inmemorial. Suplicantes, atormentados y hasta enloquecidos nos sometíamos a ese dolor supremo insoportable pero momentáneo, de arrancarte en vivo del tirón un diente o una muela. Todo fuere con tal de terminar aunque de cuajo, con la convivencia junto un verdadero suplicio, con un calvario de dolor tirano, constante y mucho más insoportable… O te sacabas la muela o reventabas, inevitablemente; tarde o temprano.

Con los ojos apretados preferí no imaginarme siquiera, esa especie de berbiquí con el que sentía taladrar pareciera que toda mi testuz… Oía su giro eléctrico; notaba la presión suave pero implacable de aquella broca sobre mi maxilar superior izquierdo, girando lenta, horadando, penetrándome poco a poco. Sentía su vibración hasta en los huesos del interior de la oquedad cóncava de mi cráneo, haciendo reverberar mi cabeza entera como una campana sorda.

Mi pánico se desbocó cuando al borde de la contractura, y al retorcerme solo un poco intentando aliviar la rigidez de mi postura, el dentista, con voz alta, imperativo y tajante me advirtió que en ese preciso momento no me moviese si quiera un ápice. Noté al galeno conteniendo la respiración, parece ser que por lo trascendente de la faena que le acuciaba en ese instante… Sólo se oía de vez en cuando un pitido como apagado, tras el que se olía un leve pero desagradable tufo a algo quemado...

En semejante trance intenté evadirme nuevamente. Y rememoré una de mis citas con el dentista en la que, con tal de no ir solo, llegué incluso a hacerme acompañar por la mayor de mis hijas de tan solo cinco años… Recuerdo a la pobre, que en su papel de cuidadora, no paraba de intentar calmar mi miedo acariciando tiernamente mi cara y mi pelo con sus manitas, mientras no dejaba de hablarme dándome docenas de sensatas razones para calmarme… Cuando al fin me llamaron a consulta no consintió el separarse de mí ni un solo momento, y se empecinó como una jabata en situarse todo el tiempo a mi lado, junto al sillón del dentista: «por si mi papá llora, o algo…»

También recordé escarmentado que, hace ya muuuchos años en una de las pocas ocasiones en que mi dentista Don Fernando me veía por su consulta, y como buen argentino socarrón y corrosivo, sentenciando, me dijo aquéllo de:

Antooonio, vos habés tenido hasta ahora mucha suerte con esa boooca. ¿Pero la querés para comer o para guardar el auto…?

😂🤣

Además, no dejéis de ir al dentista ‘por la cuenta’ que os trae.

…eeen fin. 😳🙄😂🤣

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

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LA VIDA EN UN MOMENTO

Publicado el 25 de marzo de 2018.

HABITACION

Me despertó bruscamente aquel sordo ronquido, entre agónico y estertóreo, que apartó de mí el rácano pero necesario sueño que comenzaba a conciliar. Eran las once de la noche; del cuarto día ya.

Mis lumbares crujieron al incorporarme de aquel sillón infernal de la habitación del hospital donde la habían operado… Una vez que embotado conseguí levantarme sin quebrarme, observé los labios amoratados y me alarmó su respiración sibilante, trabajosa y desacompasada; síntomas que a sus ochenta y cuatro años no presagiaban nada bueno.

La llamé por su nombre, y solo acertó a balbucear sonidos guturales deslavazados que, junto con lo perdido de su mirada, confirmaban el síncope inesperado que estaba sufriendo tras su colectomía de la víspera… Como aturdido, y embridando el miedo y mi alarma, llamé a las enfermeras de guardia; quedé en silencio y a solas con ella, con la frustración de comprobar lo poco que yo podía hacer.

Mi entereza estaba a punto de romperse por el pánico de asistir a solas, a la muerte de mi madre. Pensaba en llamar a mi única hermana cuando, de repente, entraron en tromba al menos tres enfermeros y un médico, quién con una rotundidad calculada, me sugirió que era mejor que saliese de la habitación.

El pánico seguía ganando terreno en mi espíritu cuando, al controlar mentalmente lo desbocado de mi respiración asustada, y así, aquietar aquel redoble miedoso de mi corazón, extraña y lentamente experimenté rompiendo a llorar, una especie de revelación, al recordar…

En esos críticos momentos, un extraño carrusel de instantes de mi vida, de alguna manera, se proyectaron desordenadamente frente a mí… Me di cuenta de que ahora, éste y no otro, era el mejor sitio donde podía estar dado el trascendente momento. Si mi madre iba a morir, no había nada más importante que hacer que estar a su lado; pero no solo por ella, sino también por mí.

regalo

El ejemplo que mis padres siempre me han dado, ha sido un verdadero regalo de amor; y con el ejercicio constante de ese amor, me han dotado de un universo moral hermoso, basado en la verdad y en el sacrificio personal. He sido inculcado con nobles principios que creo han hecho de mí, al menos, una buena persona.

He de reconocer que la mayoría de la multitud de mis defectos, de mis fracasos y decepciones, han sido precisamente fruto de las veces en las que de forma insensata, he ignorado las normas de mis padres, desoído sus consejos, y ninguneado sus ejemplos.

Untitled. (Photo by LJ)

He visto a mis padres honrar a los suyos con un sempiterno respeto; los he visto a ambos, cuidar de sus ancestros con sincera compasión, en la vejez y hasta la muerte; haciendo de ello no una obligación sino un orgullo, al devolverles con verdadero sacrificio y verdadero agrado, aquéllos cuidados que un día sus padres les entregaron amorosos cuando niños.

Oyendo el ruido acompasado del taconeo de mis pasos en el pasillo, me percaté de que el control de mi agitada respiración y mis latidos, la reflexión del curso calmado de mis pensamientos, y el disfrutar del tierno vagar de mis recuerdos, acallaron mi pánico inicial dando paso a una sensación calmada, como de una obligatoria aunque feliz aceptación del inevitable dolor por venir.

Tenía, la trascendente oportunidad de asistir a la muerte tranquila de uno de mis progenitores, y de honrarles a ambos con la dignidad de mi entereza.

El caso es que a día de hoy, a meses de este suceso que os relato, por suerte todavía sigo disfrutando de la presencia y el ejemplo de ambos.

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Antonio rodríguez Miravete. Juntaletras.

Cambiarlo todo.

Publicado el 4 de mayo de 2018.

No concibo los arrebatos de odio a España de los que hacen alarde estos mogigatos zurdos, ya no extremos sino radicales y excesivos. ¿Pues no que se atrevió a decir claramente el chico éste de la foto, que para que ellos nuevamente puedan medrar «hay que esperar a que se les pase la fiebre rojigüalda, para que así dejen de defender la unidad de España...»?

En esta frase miserable y emponzoñada tenéis, resumida, la estrategia de la extrema izquierda española.

Y al analizar esa estrategia con detenimiento, descubrimos las intenciones políticas más retrógradas y radicales, más tóxicas, esquizofrénicas y sectarias de todo el orbe. Ninguna otra nación se odia a sí misma con semejante inquina.

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Afirmo esto en primer lugar, porque esta izquierda es connivente con otros regímenes de su misma cuerda, saqueadores de sus propios pueblos. Pero no los verás criticar con vena hinchada a ninguno de los sátrapas que gobiernan países como Cuba, Venezuela, Irán u otras satrapías, por el mero hecho de que son como ellos… Todo le vale a esta izquierda en su comunión comunista con el resto del mundo zurdo.

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Ahora bien, los verás cual resorte saltar a morder la yugular, de cualquiera que alce una voz contra el aborto o contra la legislación de género; que defienda el cristianismo o que abogue por el perdón de todas nuestras muertes pasadas… Entre otras lindezas, son capaces de desenterrar muertos pero solo, por satisfacer su ansia acusadora y revanchista ya que no les interesa para nada la justicia, la Historia o el perdón.

En segundo lugar, hay otro aspecto no menor, que todavía hace más peligrosa la posibilidad de que puedan llegar a gobernar algún día España. Y este aspecto no es otro sino el de que a la izquierda de este país no le gusta su país, es más, lo odian tal como es… Odian la España que tienen, el país que les dejaron sus padres y sus abuelos… Y por cómo actúan parece que odian no menos, a todos los que no compartimos su visión mesiánica y redentora… Detestan lo que tienen; quieren cambiarlo todo y ése es precisamente el peligro. Quieren anular completamente el estado actual de las cosas, para instaurar su obsesiva y compulsiva distopía roja.

Cuando quieres cambiarlo todo, significa que no te gusta nada; y eso es metafísicamente imposible; es una incongruencia intelectual fruto de un sectarismo feroz, de una superioridad moral pretenciosa y por ello falsa. O lo que es peor, ese anhelo cuasi fanático de cambiarlo todo es consecuencia de una paranoia adanista y demagoga, cuyo fin es la instauración de un sistema comunista a raja tabla, después de erradicar por completo cualquier tipo de pensamiento disidente o disconforme.

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Como no les gusta el Rey, toma, una república; como la historia nos ha confirmado que nos ha dado tan buenos resultados, pues nada, una república… Con un par.

Como no les gustan los toros pues a prohibir los toros, calificando ni más ni menos que de asesinos, a quienes llevan siglos haciendo de una tradición milenaria un arte simbólico, un patrimonio inmaterial hispano reconocible en el mundo entero… Te podrá gustar o no tauromaquia, pero negarle el mérito del valor, del sacrificio, de la metáfora trágica y vital que el festejo supone, es negar tus raíces y tu presente… Pues nada, a prohibir.

Como no les gusta la bandera, pues nada, la cambiamos por la tricolor republicana, que tiene el dudoso derecho que le dan sus escasos ocho años de vigencia frente a los varios siglos, de la muy digna rojigualda.

Para colmo, tanto esa bandera como la figura de Franco, constituyen para los españoles un imaginario infame en el recuerdo, de uno de los períodos más turbulentos de toda nuestra Historia; tan nefasto, que nos llevó ni más ni menos que a matarnos en una horrible guerra civil.

Una bandera la tricolor que comparada con la hermosa, cálida y reconocible rojigualda, es estéticamente horrible, oscura, sombría. Parece más, la banderola de una ínfima republiqueta, que la de la nación más antigua del mundo y hoy la duodécima potencia económica del planeta… Pues nada, con otro par, a cambiar la bandera.

¡¡¡Viva la fiebre rojigüalda…!!!

Que no nos engañen

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Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

🤔

El gato.

Publicado el 17 de febrero de 2018

En aquella época de mi infancia las casas permanecían siempre abiertas, de par en par. Solo las cancelas interiores permanecían cerradas aunque francas a las cuitas de vecinos y transeúntes… Oímos el frenazo frente a mi casa al mismo tiempo, que aquel desgarrador aullido de animal siendo aplastado por los neumáticos de un vehículo. Mi madre se dispuso a salir a calle a curiosear el suceso cuando al abrir la cancela, descubrió espantada que un pobre gato, amenazante, con la mitad del cuerpo machacado y buscando abrigo a su infortunio, se había refugiado en el pequeño espacio del recibidor de casa.

El reguero de sangre dejado en el suelo y las escaleras de la entrada alarmó enormemente a mi madre que cerró de nuevo, horrorizada, la cancela que impedía que el pobre animal entrara en casa. No podíamos salir por esa puerta.

Mi cuñado y yo extrañados, salimos por la cochera y dimos la vuelta a la casa hasta situarnos frente a la puerta de entrada que, completamente abierta, dejaba ver el dantesco espectáculo del pobre animal aplastado, arrinconado al fondo, con la mirada amenazante de ira y perdida de dolor, restregando lo que quedaba de su cuerpo contra el cristal esmerilado de la cancela… Hicimos el amago de entrar cuando erizados, oímos el ululante y espantoso bufido con el que aquel felino herido de muerte nos amenazaba. Cualquiera que haya visto un gato acorralado sabe de lo que hablo.

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Al sentirse de nuevo intimidado y atacado por nuestra presencia, el gato, enloquecido por el dolor, empezó a arrastrarse con las patas que todavía le respondían a la vez que aullaba amenazante y convertía el recibidor de mi casa con sus hemorragias, en un inefable espectáculo de sangre y humores de gato restregados por el piso y las paredes.

No iba a dejarnos cogerle tan fácilmente. El animal, nos advertía de que iba a vender muy cara la poca vida que le quedaba. Y aunque nuestras intenciones eran las de recogerlo e intentar ayudarle, era algo que no podíamos explicar con detalle al pobre bicho moribundo.

Decidimos hacernos con una manta para atrapar al gato y sacarlo de allí. Volvimos de nuevo a la puerta y entramos al alimón estirando la manta para, cual red, atrapar dentro al gato y poder hacernos con él sin peligro para nuestra integridad. Pero, cuando el pobre animal se vio de nuevo acorralado y cercado, no os podéis imaginar el estallido de ira, pánico y furia del desdichado gato.

Empezó a aullar endiabladamente; como un torbellino empezó a dar botes violentos y exagerados estampándose contra las paredes y el cristal de la puerta de la cancela con una violencia y fuerza inusitadas, y provocando que mi cuñado y yo nos cagásemos de miedo… Era seguro que no nos íbamos a librar de algunos mordiscos y de muchos arañazos desesperados. No había forma de sacar al gato de nuestra casa sin que también saliésemos mal parados del lance.

Finalmente, en vista de la imposibilidad de hacer nada por el desdichado animal uno de nuestros vecinos trajo una escopeta de perdigones. Era la única forma que se nos ocurrió de acabar con la situación, pero mi cuñado y yo ya estábamos demasiado afectados y nerviosos como para apretar el gatillo. No podíamos hacerlo nosotros.

El revuelo de vecinos, curiosos y espantados por el suceso, se incrementaba a la vez que el desagradable hecho se complicaba. Mi madre, mi hermana y algunas vecinas estaban fuertemente impresionadas además de horrorizadas por lo sucedido, y lloraban casi histéricas, impotentes ante el incómodo y repulsivo episodio que estábamos padeciendo.

Finalmente uno de mis vecinos se arrancó y cogió la escopeta… Cada uno de los primeros tres disparos fueron acompañados de unos espantosos alaridos de dolor intenso y de unos desesperados movimientos frenéticos, desafiantes y estertóreos, del pobre gato desahuciado… Cinco tiros hubo que darle antes de que el infeliz animal rindiese tan cara su pobre vida.

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El hecho de asistir al horrendo espectáculo de la degollina de aquel pobre animal malherido y espantado por el dolor y la muerte, nos afectó a todos con una sombra de tristeza, impotencia, pena, y asco, que nos amargó enormemente aquel día y algunos otros.

…eeen fin. Gracias, especialmente hoy, por leerme… 🙏💕

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

El día del padre

Publicado el 19 de marzo de 2017.

No fue uno de esos comentarios estúpidos y huecos que hacemos a veces, incómodos, para romper un silencio entre extraños; como nos sucede en los ascensores, o en los retretes públicos; o como nos sucedería en una sala repleta de aspirantes a una misma entrevista de trabajo… Pero no, creo que no lo fue.

No tenía la chiquilla el porte claro, por lo que me ofrecí a acercarla en coche a la estación de autobuses de Murcia. A Granada iba. Había comenzado ya su búsqueda de vida; de vida de verdad.

Aquella hija ajena, al poco, me preguntó a puerta gayola si, tras ocho años de divorcio y dado que vivían con su madre, echaba yo de menos a las mías.

Supuse que se referiría a cómo, a cuánto, o a porqué las echaba de menos… Empezó, creo, a temblarme la barbilla.

Dolorosamente, siempre, y por amor.

No teníamos mucha costumbre ni oportunidad de charlar, por lo que me agradó de veras disponer de aquel momento de acercamiento, de sinceridad. Poco más de veinte minutos tardamos en llegar, y los invertimos en contarnos y preguntarnos. Y, si bien no pude responder con detalle a aquella primera pregunta, sí hablamos sí.

De la búsqueda de vida en medio de la ruina de las dudas. De nuestra obligación de encontrar esa vida, sea cual fuere, entre el lento discurrir del tiempo y el arduo recorrer de las distancias.

Llegamos a la estación; se bajó del coche, cogió su maleta y nos despedimos; una joven valerosa, culta, hermosa y honda… Esa muchacha, a la que miraba alejarse, también añoraba como yo -y como todos- tal vez un retorno, un viaje de vuelta. Un volver a no sé qué sitio, donde la esperaría algo, alguien tal vez. Algo o alguien, que dé sentido a todo ésto.

Durante el proceso de separación y debido a nuestras vitriólicas refriegas, volaron por los aires todos los puentes de comunicación entre vuestra madre y yo… Estaba aterrado ante la idea, la posibilidad, de dejar de vernos en completa libertad y con la frecuencia a la que estábamos acostumbrados. Espantado, de que pudiese malograrse nuestra sincera y hermosa intimidad.

¿Que si os echo de menos, me pregunta…?

Como aquella vez en la que me preguntábais picaronas no recuerdo qué escabrosos detalles, de una apasionante para vosotras pero del todo inocente, conversación de temática sexual que manteníamos los cuatro… ¡Qué graciosa Paula! cuando al ver mi embarazo al elegir las palabras adecuadas de mi arriesgada respuesta, con esa tierna chulería que siempre ha sazonado su carácter y desde sus solo siete años, guiñándome cuca un ojo y con sus bracitos en jarra, me dijo aquello de: «papá no te preocupes. Nosotras ya lo sabemos todo…»

Con solo siete años, lo sabíais todo, de sexo. Adorable.

Era evidente que no podía dejar enfriar tan hermosa relación… Tenía que distinguir, separar en medio del combate interior que libraba, entre la aversión que no podía dejar de sentir por vuestra madre y el irresistible amor por vosotras que no estaba dispuesto a perder.

Me sentía ante la posibilidad de vuestra pérdida, como si en medio de un combate y al descubrir que detrás de ti solo hay un muro, lejos de rendirte al creerte sin salida, arrecias la lucha al saber que tienes al menos tu flanco trasero cubierto… Te sabes perdido, pero no puedes cejar en esa lucha frente a la que da igual la derrota o la muerte. Una lucha que no te puedes permitir perder.

Lo siento así; como si a jirones me hubiesen arrancado momentos clave, vitales; míos… Me he perdido vuestra puericia. Me faltan minutos vuestros, horas; años de vuestra vida, meses de tiempo vuestro; muchos momentos. Momentos que, si juntos, podrían haber sido momentos nuestros… Lo siento.

¿Cómo es la habitación donde dormís…? No sé cómo es. Casi no recuerdo vuestro olor por las mañanas, recién levantadas… Echo de menos el ojear vuestros cuadernos y escudriñar los recovecos de vuestra caligrafía; descubrir secretos de vuestro puño y letra. Añoro el veros salir por la puerta y esperaros al regresar… Privado de tactos cotidianos, roces simples pero imposibles, como el de posar mi mano sobre vuestra frente si enfermáis. Me he perdido el sufrir escuchando vuestros suspiros si, en la intimidad, llorábais tras la puerta de algún cuarto cerrado; perdida está también la posibilidad, de llegar a conocer el porqué de aquellos suspiros.

Pero tenéis que saber que, si bien, como padre tradicional no he tenido oportunidad de disfrutaros, sí presumo de tener con vosotras una relación especial, sincera, una relación verdad y rotunda… Es curioso porque sé que sí, me queréis; me he convertido en alguien a quien amáis, sin duda; entrañable, sí; con algo de autoridad, también; alguien vuestro, por supuesto… Pero no sé si soy el padre que me hubiese gustado ser.

Lo que sí habéis de saber es que os adoro. Y que no renuncio a representar ese padre que sí quiero ser: el vuestro.

Que sepáis, que me tenéis; que me tenéis incluso aunque no queráis.

Siempre he procurado que los árboles de algunas cutres tribulaciones personales, no me impidieran ver el hermoso bosque de uno de los más importantes objetivos de mi vida: el de estar a la altura, del amor que habéis depositado en mí. 💕

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

Furtivos

Publicado el 30 de noviembre de 2016.

El aspecto exterior del edificio era imponente pero ruinoso, aunque las ajadas y desvencijadas puertas exteriores todavía lo mantenían, aunque precariamente, cerrado y secreto.

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Ellos dos sabían que saltando la valla trasera se podía acceder al patio posterior; éste, comunicaba con el fondo del antiguo escenario a través de una pequeña puerta casi completamente desarbolada de puro vieja… Yo, en cambio, pese a ser familia de los propietarios del vetusto edificio casi no sabía absolutamente nada del mismo, y he de confesar que hasta ese momento nunca había tenido curiosidad alguna por él.

Pero la propuesta de colarnos esa tarde de forma furtiva, era irresistible.

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Esperamos rondando nerviosos por los alrededores el momento adecuado cuando Luis dio la señal. Tras saltar rápidamente la valla exterior y forzar sin mucho esfuerzo la pequeña puerta de acceso, de repente, nos encontramos al principio de un lóbrego pasillo que iluminábamos apenas con la única linterna de que disponíamos.

Avanzamos hasta llegar a una pequeña habitación de techo muy bajo, que a su vez comunicaba con el enorme e inquietante patio de butacas. El haz de luz de nuestra raquítica linterna se perdía en la espesa oscuridad del negro espacio vacío y húmedo, iluminando tan solo un caótico universo en movimiento de infinitas motas de polvo suspendido por el tiempo y la desidia.

En penumbra llegamos hasta el pasillo y casi a tientas, nos dirigimos hacia la salida central llegando a lo que parecía el hall de la entrada principal. Allí nos separamos… Fernando se quedó con la linterna, y Luís y yo nos tuvimos que apañar con cerillas y mecheros para abrirnos paso por la aplastante oscuridad que nos rodeaba.

Giré intimidado a la izquierda llegando hasta un estrecho pasillo lateral por el que se accedía a los palcos; éste se curvaba ligera e inquietantemente siguiendo la forma elíptica de la enorme sala, lo que hacía que no pudiese ver el final del mismo… La sensación al avanzar era como si ese opresivo, angosto y tétrico pasillo no acabase, no tuviese al recorrerlo un final definido.

Crujían mis pisadas al aplastar papeles, cristales y pedazos de ajados marcos de madera que seguramente, alguna vez habían orlado fotos de viejas glorias del espectáculo hacía mucho tiempo olvidadas… De repente, unos ruidos extraños e inquietantes, rítmicos, tétricos, sobresaltaron mi ánimo erizando cada pelo de mi cuerpo de puro miedo; grité llamado a mis compañeros.

Guiado por el sonido de sus respuestas llegué a trompicones de nuevo a la zona del patio de butacas justo al pie de una escalera por la que se subía al escenario; sobre éste, y situado en el centro, se hallaba un fantasmagórico y destrozado piano cuyas viejas y desgastadas teclas estaban siendo aporreadas nerviosamente por Fernando, de forma que roncas notas metálicas desafinadas y lúgubres, llenaban el espacio espantándonos.

Debido al canguelo que sentíamos los tres instintivamente nos reunimos nerviosamente junto al piano; y justo cuando bromeábamos golpeando de nuevo sus desgarbadas y sordas teclas, sentimos un gran crujido sobre nuestras cabezas tras el que se produjo un enorme estruendo precipitándose sobre nosotros gran parte de la arcaica tramoya situada sobre el escenario.

Los polvos de color rojo cubren a uno de los participantes en el festival de Gauhati, India.

De repente, aunque milagrosamente indemnes de daño físico alguno, quedamos completamente cubiertos de una polvareda sucia, espesa y asfixiante que nuestra exhausta linterna podía apenas penetrar.

La enorme dificultad para respirar y el gran susto en mayor medida, hizo que arrancásemos a correr casi a ciegas espantados, tropezando y buscando frenética y ansiosamente la salida por la que habíamos penetrado en el edificio.

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Casi sin resuello nos encontrábamos en el exterior del teatro corriendo y alejándonos espantados a la vez que exultantes, cubiertos completamente de polvo, y con la respiración entrecortada por el gran susto la excitación y la carrera.

A nuestros 13 o 14 años la experiencia había valido la pena.

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

EL ZULO…

Publicado el 29 de marzo de 2017.

Al igual que tú lector, ya no recuerdo casi.

Pero en mi caso, se debe a que es demasiado el tiempo que estoy dentro de esta sentina apestosa y oscura, de tres metros por tres metros, justos… Mis sentidos están embotados unos, y exacerbados otros.

Embotados unos ya que, por ejemplo, tengo atrofiado el sentido del gusto debido a que no sé cuánto tiempo llevo comiendo lo mismo. Todos los días: un caldo asqueroso con cosas flotando, una manzana, dos vasos sin fregar con algo de agua o de leche y, curiosamente, un huevo… Siempre lo mismo.

Tampoco la vista me sirve casi para nada dado que, cual topo, la completa oscuridad ha acomodado mi vista a la ceguera total dentro de este sarcófago donde me encuentro. Tanto es así que, cuando mis raptores entran -no a limpiar, sino estrictamente a retirar mis excrecencias- al encender la rácana luz justo encima de mí, mis ojos se quiebran como cristal, impidiéndome ver dolorosa y momentáneamente.

Por otro lado, el sentido del tacto ha sido el que me ha permitido -al recorrerlo no sé cuántos cientos de veces- formarme una idea precisa del tipo de agujero vil donde me encuentro.

Estoy encerrado en el interior inmisericorde de un cubo hueco de hormigón, sin juntas ni fisuras; solo un minúsculo agujero de ventilación. Todo está completa y deliberadamente insonorizado y a oscuras. Este agujero es inexpugnable salvo que se consiga abrir -justo sobre mi cabeza- la blindada portezuela metálica, que sella el agujero circular de entrada, y que constituye la única forma de acceder a este inmundo cubículo; o de escapar de él.

Otro de mis sentidos que también se ha exacerbado es el oído… Dado el embargo sensorial al que estoy sometido, sorprendentemente, se me ha agudizado hasta alcanzar una sensibilidad asombrosa.

Puedo sentir hasta las minúsculas vibraciones, del ínfimo golpeteo de las patitas de las cucarachas, quienes constituyen mi única compañía y muchas veces mi distracción. Con frecuencia me entretengo contándolas, ubicándolas con precisión al escuchar el sutil tableteo de sus patitas alrededor mío.

También el sentido del olfato se me ha desarrollado con sutileza. Extrañamente, ya que -con ensañamiento- el cubo donde a diario cago, meo y con frecuencia vomito, a veces permanece conmigo durante días… He de reconocer que, con frecuencia, me entretengo también en diseccionar olfativamente esos pútridos olores que me rodean, los clasifico y, morbosamente, hasta intento definirlos cual experimentado y retorcido sumiller. Es algo así como un juego… un juego triste sí. Un juego macabro, quizá para mantener así una concentración que me impida ir perdiendo el juicio.

Estoy secuestrado, lo que ya no recuerdo es desde hace cuánto tiempo.

Ahí están, van a entrar. Los escucho apenas, y también creo que puedo casi olerlos pese a que todavía no han abierto la puerta; es chocante pensar que únicamente por el olor corporal podría identificar a cada uno de mis tres raptores, ya que siempre llevan en mi presencia un pasamontañas.

Al abrir la portezuela, de forma refleja, rápidamente se aparta con asco evidente una de esas caras con pasamontañas; el olor que asciende por el agujero es hediondo, insoportable… De repente, dejan caer una destartalada escalera; violenta y dolorosamente alguien me agarra con fuerza de los pelos, tirando de mí hacia arriba con la fuerza de sus dos brazos. Completamente cegado, y tras asomar por el agujero poco más que la cabeza, una tremenda ostia me está esperando, a la vez que unos gritos furibundos me confunden, hiriendo con su volumen y violencia mis oídos.

¡TXAKURRA, TXAKURRA…! En medio del ininteligible lenguaje que me aturde, apenas puedo distinguir las palabras «cagoendios» e «hijoputa»

Lo último que oigo es un tremendo estampido junto a mi cabeza; lo último que siento es una sensación de empujón a la vez que de vacío… Y un intenso calor en la parte izquierda de lo que queda de mi cabeza.

Ya no recuerdo nada mas…

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

La cincuentena…

Publicado el 21 de junio de 2019

Si cuando brincas la cincuentena, te levantas de la cama una mañana y no te duele absolutamente nada… lleva mucho cuidado, mucho, porque puede que estés muerto.

Me pone de muy buen humor el hecho de que todavía, muchas mañanas parece, como que amanezco con la promesa de una alegría al despertarme con una bonita erección… Pero, si no puedo disponer de la oportunidad de cumplir con la alegría de tal promesa, lo primero, me cuelgo del cuello las gafas de cerca.

Luego, legañoso y espeso por el sopor perezoso, me llevan mis pasos al baño, bostezando, lento. En el trayecto, alivio con gusto y sin pudicia esos irresistibles picores inguinales que a los hombres nos avasallan recién levantados. Así adormilado, entro, enciendo la luz, y en tres pasos más me planto frente al retrete; termino de rascarme, y meo… Y al mear, aunque no mi buen humor, sí va cediendo poco a poco lo enhiesto de aquel ánimo inicial. Y así, ahí me quedo, unas veces pensando en ello, y otras sólo me quedo embobado, rascándome un ratico más.

Luego me giro, y de pronto aparezco frente al espejo. O más bien podría decirse que comparezco, ante esa realidad especular, siempre tornadiza, como de clon zurdo, que de mí rebota en todos los espejos con los que me cruzo… Y al mirarme así casi de cuerpo entero, diríase que por instinto, el tonto de mí se engaña presumido, al forzar una leve contracción ventral que apenas esconde mi ya barriga. Parecería como que me cuadro; como estirando un poco de mi altura y de mi anchura; como queriendo timar la opinión de ese reflejo mutante.

Para afeitarme, me acerco poco a poco a ése mi rostro simétrico… Y para evitar que se manchen, me descuelgo del cuello las gafas de cerca.

Menos mal que hace tiempo ya que la presbicia, piadosa, me evita el castigo de asistir con nitidez, al espectáculo lento y lamentable de ver crecer cada vez más pelos en mi nariz y en mis orejas… Esa misma degeneración natural del cristalino también me salva de contemplar con todo detalle, el inexorable arrugarse de las comisuras de mis párpados, la nevada del encanecimiento en mis sienes, o la huída lenta de mis formas y vigor.

Con vista cansada asisto, impotente, al hecho de ver ahondarse unos surcos en las líneas de mi semblante. Señal de que el tiempo va… sí, pero estragando mis vestigios a la vez que acercando inexorablemente mi destino. Hace ya bastante que acepté la forzosa habilidad de afeitarme al palpón, ya que no termina uno de ver con claridad sus propios detalles… Y oye, sin problemas. A todo se adapta uno.

Después de afeitado y tras ducharme, vuelvo al escrutinio de ésa mi imagen ahora en cueros; efigie la mía que tonta, no cede en lo de mantener esa casi imperceptible contracción ventral que no engaña a nadie… Y ahora hay que peinar a esa apariencia, y arreglarla para que salga decente a la calle. Toca ponerme a ordenar casi uno por uno los pelos de mi otrora cabellera, para camuflar pérdidas, para maquillar apariencias… Y me consuela, el que todavía entraría en algunos vaqueros de cuando soltero con treinta y tantos.

Una camisa; y finalmente, cuelgo en mi cuello de nuevo las gafas de cerca.

¡Qué sabio es el tiempo, cómo gasta poco a poco…!

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras

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LA INNEGABLE VERDAD.

LA LUCHA, EL AMOR.

Cuando me pongo a escribir después de ver una buena película, lo primero que me viene a la cabeza es el recuerdo, de cómo salía yo del cine con doce años después de ver el segundo pase de una película de aquéllas de Bruce Lee o de Chuck Norris… Luego, tenía que vencer al canguelo de volver yo solo a mi casa, ya de noche.

Pero después de ver tanto guantazo, tanta patada volante y tanta llave de kárate, y como si me hubiera tragado un avispero, era yo el que salía del cine con un ímpetu que metía miedo: hinchao como un pavo, creía realmente que nada ni nadie podría conmigo… Ya podían atacarme en la oscuridad o venir cuantos quisieran a por mí, que yo lo tenía bien claro: guantazo, patada volante y llave de kárate… Con un par, doce años, y pa’mi casa.

Siempre busco una sensación como aquélla cuando salgo de un cine creyéndome lo que me han contado. Éso de que no termine la película cuando termina, sino cuando después de pensar mucho en ella querrías volver a verla.

Acabo de terminar de ver una miniserie titulada de forma irrecordable «La verdad innegable». Para escribir correctamente el título he tenido que volver a asegurarme. Pero daría igual el título, porque si bien es verdad que la historia habla de verdades innegables, también es una historia de verdades oscuras aunque hermosas; de verdades infinitas, de historias inconfesables: de verdades al fin y al cabo… Así que da igual el título, pero no lo olvidéis.

LA INNEGABLE VERDAD
Sinopsis: Miniserie de TV (2020). Seis episodios. Relata la problemática relación de Dominick Birdsey con Thomas, su hermano gemelo esquizofrénico, y sus esfuerzos por sacarle del centro donde está internado.

Yo creo que no es una miniserie sino una obra cinematográfica tremenda: una maxipelícula. Un compendio de virtuosismo técnico narrativo y visual; el trabajo de un director y un actor animales, haciendo cine en estado puro y animal. Y encima, las casi seis horas de duración de sus seis capítulos como que se te quedan cortas, aunque no se podría ni debería añadir una coma a la historia. La gracia del formato de las miniseries es que, a diferencia de las series de temporadas interminables, ofrecen la profundidad temporal suficiente al director para poder sumergirte en la historia completamente, sin tener que embobarte con sucedáneos ni metralla pseudocinematográfica durante capítulos y más capítulos.

La historia ésta es una historia completa, cinematográfica, redonda; un maravilloso pez que se muerde la cola en sólo seis capítulos. Y con un montón de preguntas sin respuesta. El director debe ser un Maestro, el actor principal es casi genial, y el guión y el resto de actores son irrepetibles. Pero la historia es una historia pequeña, como podría ser la tuya.

No dejéis de verla. Y gracias por leerme 🙏

Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

……..

buenos y malos…

Pues no que va y dice la perra: «aleccionar, obligar y comprobar que los niños en los colegios hablen catalán, no es algo tan grave, como tirar piedras a la policía…»

¿Pero se puede ser más peeerra…?

En fin…. Independentistas buenos y malos.

Que no os engañen.

Antonio Rodríguez Miravete